Adán el primer hombre, fue también el primer huérfano y al no tener quien intercediera por él, fue expulsado del paraíso, junto con la pareja que le habían dado, por la voluntad de un ser omnipotente haciendo valer sus propias reglas. No tuvo posibilidad de defensa y tuvo que acatar la orden de expulsión.
Hoy en México, seguramente muchos mexicanos deben sentirse como Adán, no a punto de ser arrojados fuera del paraíso, este país está muy lejos de serlo, pero sí relativamente indefensos, sin representación o defensa ante los embates del gobierno y de un congreso con mayorías dogmáticas, serviles e irreflexivas.
El desconcierto debe privar en los millones de ciudadanos que, teniendo derecho a la salud no saben a quién o a dónde acudir para recibir atención. Les prometieron un sistema de salud de primer mundo, como en Dinamarca, y crearon el INSABI, para que, cuatro años después y 416 mil millones de pesos gastados, reconocer lo fallido del experimento y borrón y cuenta nueva, que echando a perder se aprende.
En cambio, hoy resulta más eficaz para las familias acudir a consultorios de farmacias para la atención de primer nivel y las intervenciones quirúrgicas y tratamientos especializados en los hospitales públicos, requieren de algunos meses y un mucho de suerte. La carencia de medicamentos es inocultable y millones de niños no cuentan con el esquema de vacunación completo; la esperanza de vida de los mexicanos retrocedió cuatro años, y la lista de carencias es infinita aunque se hayan importado cientos de “médicos cubanos”.
La respuesta ante el fracaso de lo que no llegó a ser política pública o programa de salud, es sobrecargar de trabajo a una institución ya saturada, con personal insuficiente y mal pagado.
También deben estar desconcertadas las empresas y particulares dedicados a la minería, al saber que ya no podrán hacer exploración por su cuenta y que las concesiones para la explotación de minas tendrán un límite temporal insuficiente para amortizar inversión y obtener utilidades.
Es sorprendente ver a las antaño combativas cámaras y organismos empresariales y patronales, desgastarse en desplegados periodísticos protestando y exponiendo sus razones, lógicas y valederas, dirigidos a autoridades que ni los ven ni los oyen.
Dramático comprobar que su influencia en las cámaras legislativas y ante los gobernantes ya no existe porque perdieron combatividad. Porque en su afán de distanciarse de la política dejaron de hacerla y eso es imperdonable para un empresariado que se precia de ser socialmente responsable.
El temor a la fuerza del gobierno terminó por mediatizar a sus dirigencias que o bien apuestan a que el cambio próximo en la titularidad del poder ejecutivo y el Congreso abran ventanas de diálogo o sencillamente prefieren no arriesgar las ganancias del presente y no exigir ni actuar como lo hicieron en sus orígenes, enfrentando al gobierno y sus excesos.
Lo cierto es que los ciudadanos no se sienten, porque no lo están, representados por los partidos políticos, secuestrados por dirigencias acomodaticias sin contacto con sus bases y sus necesidades. Y los comerciantes, pequeños y medianos empresarios, mineros, agricultores, ganaderos, tampoco tienen la representación y el auxilio de sus organismos ante las embestidas gubernamentales que, fincadas en prejuicios ideológicos alteran los procesos económicos y productivos con disposiciones legales desprovistas de viabilidad y de soporte para los motores económicos nacionales.
Actualmente la economía camina impulsada por la inyección de efectivo a través de programas sociales y la afluencia de remesas de nuestros paisanos en el extranjero. Hay indicios de un crecimiento marginal de la economía, pero son mayores las señales ominosas, especialmente en lo relativo a las finanzas públicas.
Mantener el aprovisionamiento de efectivo para los programas sociales, siempre crecientes por la demografía, en tanto que el ingreso no aumenta en similar proporción, ha impulsado la deuda hasta los límites razonables de endeudamiento público. Cubrir el servicio de la deuda, sostener los programas sociales, aún a costa del deterioro del entramado institucional y con ello al demérito de los servicios a la ciudadanía, habrá de tener un costo institucional de pronóstico amenazante.
No será la fortaleza del peso mexicano la que salve al gobierno de una crisis en sus flujos, ni el near shoring, para el cual no estamos preparados, en cambio, se hace lo necesario para ahuyentar la inversión, lo que permita elevar, por el empleo formal, el nivel de ingreso de los ciudadanos y con ello combatir la desigualdad.
Se está haciendo lo contrario de lo que se pregona, no van primero los pobres, va por delante la ideología y la voluntad presidencial, tampoco hay una transformación positiva. Hay una destrucción institucional, hay la intención de suprimir el régimen de representación por un presidencialismo omnipotente. Una voz poderosa que puede arrojar al infierno o desterrar del paraíso a quien no se someta a sus designios.
Ciudadanos y organismos gremiales y sociales, navegan entre el desconcierto y la zozobra ante una actitud rijosa y pendenciera de quien debiera ser acompañante y facilitador del desarrollo productivo.
Como Adán, ciudadanos huérfanos y organismos cautelosos esperan el siguiente dicterio, la orden imperativa, sabedores de que no habrá poder que interceda por ellos y que la última instancia, la Suprema Corte de Justicia, también se encuentra acosada, insultada y agredida sin nadie que la defienda. Como Adán tendremos que valernos por nosotros mismos. No se quede sin votar.