Las cartas son parte de un romanticismo trasnochado. El mundo digital las ha convertido en recursos arcaicos. Antes, en torno de su urgencia, extravío, contenido o confusiones, se escribieron grandes piezas literarias y películas. La carta robada nos llevó a ensueños policiales y una carta abierta es a veces una soflama poderosa. Los embajadores llevan todavía cartas credenciales.
Los hombres decididos ponen las cartas sobre la mesa y en el íntimo hallazgo, un paquete de hojas perfumadas atadas con cinta de seda puede contener toda la historia romántica de eternas señoritas ilusionadas por un hombre cuya carta se perdió en el tiempo.
En política también las cartas significan algo. Echeverría quiso convertirse en líder mundial con una carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, y con una misiva de extraña e inaceptable naturaleza quiso nuestro bienamado líder, don Andrés Manuel, purificar los siglos de conquista y dominación española contra los naturales de este lado del mundo (no existía América), si el actual monarca hispano pedía perdón por las ruines acciones de sus antepasados expoliadores, violadores y demás. A fin de cuentas y de cuentos, lo único real y contemporáneo, fue un cheque de dólares con varios ceros y ceros, a Iberdrola, ¡jolines!
Suele nuestro presidente enviar cartas a diestra y siniestra. Y no sólo enviarlas, exigir correspondencia. Y guay de quien no le responda en los términos de urbanidad exigidos por su sensibilidad personal, porque entonces los fuegos de Troya (o de Macuspana) pueden llegar hasta la Ciudad Prohibida de Pekín (me niego a usar Beijín).
Pero ¿por qué el gobierno chino ha respondido de tan displicente manera? Primero porque en el lenguaje diplomático una carta como la mexicana es considerada una falta de tacto. Y segundo, porque responder, en este caso, habría sido conceder e inculparse.
Un pequeño dato:
“…Acudimos a usted, presidente Xi Jinping –dice AMLO–, , no para pedirle apoyo ante estos groseros amagos (de los senadores gringos), sino para solicitarle que por razones humanitarias nos ayude a controlar los envíos de fentanilo que puedan remitirse de China a nuestro país.
“Por ejemplo, sería un apoyo inestimable contar con información sobre quiénes importan esta sustancia, en qué cantidad, en qué embarcaciones, cuándo sale de los puertos chinos, a qué puertos mexicanos llega y el tipo específico de sustancia” (nieve de limón no pidió).
En otras palabras, al solicitarle por escrito al líder de mil quinientos millones de chinos, detalles de los embarques, puertos; remitentes y destinos (hasta de los puertos mexicanos, como si fueran su responsabilidad), lo empuja a admitir un conocimiento cómplice. Por lo menos.
Xi Jinping, puede ser muchas cosas, pero no tan ingenuo o novato como para morder ese ridículo anzuelo.
Saber quiénes importan las sustancias, en cuanta cantidad; conocer en detalle las embarcaciones y todo eso, es asunto de los mexicanos, no de los chinos. Por eso esa carta o es ilusoria o es tramposa. Y en cualquiera de los dos casos, a ese chino no lo engañan como a chino de cuento.
“…Con ello nosotros tendríamos un mayor control sobre el ingreso de esta droga que en México sólo está autorizada para fines médicos y cuyas importaciones legales son muy pocas…”
Pero si los párrafos previos son inadmisibles, este es francamente incomprensible. ¿México no puede con sus puertos y fronteras y pide la ayuda china para controlar el ingreso de una droga cuyos fines médicos está dispuesto a prohibir, como ha anunciado?
Así, es comprensible la respuesta: un estate quieto de la señorita Mao Ning, vocera del Ministerio del Exterior de China: “No existe el tráfico ilegal de fentanilo entre China y México”. Punto.
En esas condiciones el gobierno oriental ha dejado dos cosas en claro: no se deja engañar, ni le gusta a Xi Jinping perder el tiempo con cartas inútiles y tramposas. Otro petardo.