Irma Quintanilla González
La salud mental es un estado de bienestar, en el cual cada individuo puede desarrollar su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar y aportar algo a su comunidad (OMS).
La familia es el núcleo básico de la sociedad, tiene identidad propia, y es el primer eslabón necesario para la construcción del tejido social. Ejerce funciones vitales que ninguna otra institución es capaz de cubrir.
La familia tradicional es el pilar fundamental que puede prevenir trastornos mentales y adicciones. Los padres tienen una gran tarea y responsabilidad: trabajar unidos, conscientes de su importante labor estructuradora y formadora, con el fin de lograr una personalidad firme y segura en sus hijos que les permita tener una sana autoestima; un empoderamiento responsable de sus áreas (de lo que piensan, dicen, sienten y hacen), y la flexibilidad necesaria ante las crisis inevitables. No olvidemos que los valores se siembran en la familia, se abonan en las escuelas y se cosechan en la sociedad. Desde la pandemia, los problemas de salud mental se han hecho más evidentes, y es hasta ahora que algunas instituciones gubernamentales y educativas están tomando acción.
No podemos negar que estamos viviendo en una sociedad enferma. Se aprecian conductas o modelos familiares en los cuales se ha normalizado la violencia, donde los niños padecen acoso y abuso sexual, sufren incluso la muerte por sus pares, por adultos o por sus propios padres.
En la experiencia que tengo de más de 30 años como médico de familia y terapeuta familiar sistémica, mi trabajo es identificar el gran vacío que tienen las personas; donde se anida el sufrimiento, el enojo, la frustración, la depresión, la ansiedad y la violencia muchas veces por el abandono o la falta de figuras parentales que los lleva a experimentar desde el nacimiento, una falta de capacidad para entender y gestionar sus propias emociones, o las de otros; teniendo como resultado la codependencia con otras personas o con ciertos ambientes, adicciones a sustancias, en algunos casos hasta llegar al suicidio.
Nadie puede dar lo que no tiene. ¿Cómo esperamos que nuestros hijos logren ser felices y seres de bien, si no conocen el camino del amor propio y a los demás, si no los estructuraron desde pequeños con límites firmes, congruentes y amorosos?
La oportunidad que tenemos para sanar a esta sociedad es que los padres, los maestros, las instituciones gubernamentales y de salud asuman la responsabilidad que tienen de enseñar y desarrollar en nuestros niños y adolescentes, la inteligencia emocional y la asertividad.
Sólo así empezaremos a sanar a nivel personal, familiar y social.
Expresidente del Colegio Médico de Querétaro.
Fundadora y Miembro de la Asociación Queretana de Terapeutas Familiares.