La noticia de su muerte fue muy triste. Era una mujer en todos sentidos valiosa. Inteligente, activa, culta.
Y tenía, además, algo muy valioso en la vida política: lealtad.
En el año de 1966 muy presente tengo yo, como dicen los corridos, los reporteros de entonces buscábamos afanosamente una entrevista o al menos una reunión informal con Carlos Salinas de Gortari.
Los asesinatos políticos (Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu y otros) habían teñido de rojo la vida pública de México y condenaban al PRI al seguro declive, como finalmente ocurrió. Además, estaba el alzamiento zapatista. Y, por si fuera poco, Ernesto Zedillo había encarcelado a Raúl Salinas de Gortari.
Todo era negro, todo era oscuro. Y hablar con Salinas era un reto y un imperativo profesionales.
Pude hablar con Salinas de Gortari en su refugio irlandés, en una taberna vacía un domingo por la mañana. Nuestra conversación ha sido publicada en otros momentos y rechazada (no tanto por su contenido, sino por su aparición misma) por el propio expresidente. La historia aparece completa en mi más reciente en mi libro, “Fuego de mis entrañas” (Guernica 2022).
Pero esa entrevista fue desautorizada antes de ser publicada. Y todo fue por una llamada de la directora del Canal 11, Alejandra Lajous, al exiliado político, Carlos Salinas de Gortari a quien yo había visto pocos días antes.
La revista “Época”, de la cual Abraham Zabludovsky era presidente y yo director, la iba a publicar un domingo.
Los jueves comenzaban los anuncios de TV en el único canal donde se nos permitía hacerlo entonces: el canal 11. Televisa había cancelado nuestra promoción por razones ajenas a esta historia. Y de Canal 13, ni hablar.
El anuncio se grabó y Alejandra Lajous le avisó a Salinas de esa promoción. Obviamente se hablaba de la crónica de Dublín como asunto principal de la edición. Una historia de “tapa”. Una cover story.
Avisado, por Alejandra Lajous (ignoro los términos de la plática), Salinas, se comunicó con el vicepresidente de noticiarios de Televisa, Manuel Alonso, quien habían sido mi jefe en la presidencia de la República cuando él era Coordinador de Comunicación Social y yo –subordinado suyo– director de Información.
Alonso me llamó para darme un mensaje de Salinas: no autorizaba la publicación de la charla, ni de las fotografías de esta. Sólo había una foto donde Don Carlos y yo aparecíamos juntos de pie mirando al accidental fotógrafo (su ayudante del Estado Mayor Presidencial).
–Pero Manuel, ¿cómo rechaza Salinas una publicación ni siquiera publicada?
–No quiere que se publique nada.
–Pues mire, le dije. Por respeto al expresidente y en consideración de su importancia, le ofrezco lo siguiente: le mando las galeras antes de publicar las páginas. Que las vea, que constante que esto no es una trampa ni un texto de combate o ataque en contra suya. Y luego vemos.
–Bueno, mándalas.
Eran los tiempos del fax. Y las páginas volaron de “Época” a Televisa y de ahí, por línea telefónica a Dublín. Vinieron medio mundo de regreso con un “NO” rotundo.
Otra vez las llamadas de Alonso.
–Yo no puedo hacer más, le dije. Hable con Abraham
Pero AZ se mantuvo firme. Publicaríamos las cosas, excepto la fotografía porque yo me había comprometido a no darla a conocer. Lo demás, sin mover –como se dice ahora–, ni una coma.
El sainete siguió el sábado siguiente. “Crónica” publicó una nota sobre los comentarios que habían hecho en Canal 13 sobre una carta de rechazo enviada por Salinas. En ella –ya había leído las galeras–, rechazaba el contenido y la edición.
Yo le envié una carta de regreso, diciéndole que jamás me había comprometido al “off the record” y me refugié en la propiedad de mis recuerdos.
Pero Alejandra cumplió con su jefe. El comercial nunca salió al aire.