El Cristalazo
EL ROBO, EL DESPOJO, LA VERGÜENZA/Rafael Cardona
–“Solamente te hablo para decirte que volví a creer en Dios”, me dijo una voz medio cascada del otro lado de la línea.
Se trataba de un viejo compañero de redacción, de hace casi medio, siglo cuando este redactor hizo sus primeras notas en el periódico “La Prensa”, cuyos mejores momentos se fueron hace muchos años, quizá a partir de la salida de Manuel Buendía como su director y la progresiva apropiación de una cooperativa por parte de la familia Santaella, la cual a fin de cuentas vendió la editorial y terminó con los buenos tiempos.
La llamada de mi compañero, a quien no he visto hace por lo menos 10 años, era jubilosa.
–Viste cómo ahora ya exhiben al traidor. Ese ayudó a vender a los cooperativados cuando nos quejamos por el despojo del periódico, por la venta fraudulenta de la cooperativa. Él nos traicionó, y míralo ahora.”
–Pues no deberías estar tan feliz –le dije–, no le van a hacer absolutamente nada, cuando mucho lo van a despojar del fetiche de un jersey sucio, manchado y, según los devotos de ese rudimentario juego de gorilas, cubierto, sin embargo de la gloria de un súper-tazón y un súper-deportista.
Y por desgracia así ocurrió. La NFL cuya organización, como todas las grandes asociaciones deportivas del mundo tiene mucho de feudal, decidió no presentar cargos por el robo de la prenda, y aun cuando Tom Brady “dueño” del uniforme, haya planteado una demanda estimando el valor de su camiseta en 500 mil dólares, se va a enfrentar a una verdad amarga: se puede ser un deportista de élite en el fútbol americano (con acceso a las orgías, las porristas, la droga y la impunidad), pero los dueños del espectáculo son otros: los jugadores no son dueños ni siquiera de un casco. Todo es de los patrones, ni siquiera de los “Patriotas”.
Pero mi amigo estaba feliz. Siempre da gusto ver la desgracia ajena, sobre todo cuando se trata de alguien cuya conducta previamente te ha herido. Pero ni el descredito ni la vergüenza (si la hubiera), van a corregir las cosas. “La prensa” no pudo soportar a los Marios. Primero Santaella, luego Vásquez Raña.
Hoy quizá tenga restos de su antigua y muy exitosa circulación, ya no tiene ninguna trascendencia. El único asunto por el cual ha tenido notoriedad en los últimos diez años, por decir un plazo, ha sido este: su directos por varios lustros, exhibido como un. O mejor dicho, por pillo con técnica de “fardera”, como se les llama a las ladronas de tiendas quienes esconden su botín bajo la enagua o el refajo.
Sin embargo el asunto del robo fetichista no tiene o no hubiera tenido tanta importancia –como no la tuvo el mexicano meón Rodrigo Rafael Ortega (¿será cosa del apellido?) quien apagó por vía de micción jocosa la llama eterna del Arco del Triunfo en París, hace unos años–, si no se hubiera cometido en este contexto de agresión hacia los mexicanos desde la cima del poder americano.
Por desgracia en estos días la conducta de Ortega le da la razón (y si no la razón, del pretexto) a Donald Trump quien podría decir (sin no lo expresa, alguno de sus colaboradores lo comentará o lo filtrará), los mexicanos son todos unos ladrones. Ahí tienen a uno de sus periodistas cómo viene aquí a delinquir.
Hace unos años, cuando un coro piadoso gemía por el perdón para un mexicano condenado a muerte en Texas , cuya ejecución podría suspenderse con una simple llamada telefónica del gobernador Rick Perry, éste dijo: yo estoy aquí para cumplir con la ley, no para emitir perdón a los culpables.
Y dijo algo así como si los mexicanos no quieren morir en Huntsville, no vengan a cometer delitos a Texas.
Y con todo y la chilladera, el mexicano (como otros tantos) fue dormido para siempre.
OLVIDO
Ya casi nadie se acuerda, pero cuando Charles de Gaulle vino a México en tiempo de Adolfo López Mateos, uno de sus quepíes desapareció. Y digo quepíes; no quepís, como digo rubíes y no rubís; colibríes y no colibrís.
Pero más allá de minucias gramaticales, el héroe de Lorena echó mano a su reserva indumentaria.
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