Históricamente, México ha tenido tasas de sindicalización muy bajas; de acuerdo con datos de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, que toma como fuente la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, en el primer trimestre de 2022, México cuenta con 4,869,045 trabajadoras y trabajadores sindicalizados. Esta cifra es muy baja porque nos muestra que apenas el 12.4% de la fuerza laboral en México está sindicalizada, esto dentro de un universo de poco más de 39 millones de trabajadores subordinados. A pesar de que ha habido una recuperación en la tasa de sindicalización en los últimos dos años, lo real es que es limitado el número de trabajadoras y trabajadores que pertenecen a un sindicato en nuestro país.
En el caso de las y los jóvenes, pertenecer a un sindicato es todavía más complicado. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha documentado que las condiciones económicas negativas a nivel mundial han afectado las oportunidades que tienen las y los jóvenes para acceder a puestos de trabajo bien remunerados, “el debilitamiento de la recuperación mundial para 2020 ha agravado la crisis del empleo juvenil, dificultando aún más el acceso al empleo para muchos desafortunados jóvenes que buscan trabajo, dificultándolo hasta tal punto, que muchos están renunciando a seguir buscando” (OIT, 2020). En el caso de México, nuestro país enfrenta una crisis de empleo para los jóvenes, casi seis millones de jóvenes se encuentran en la informalidad y en muchos casos las primeras experiencias laborales de este grupo poblacional se llevan a cabo en empleos precarios, es decir sin prestaciones laborales.
Las y los jóvenes se encuentran en una situación compleja que les dificulta entender la importancia de contar con un sindicato que les proteja y esta percepción se sostiene en lo siguiente: i) incapacidad de los sindicatos para acercarse a este sector de la población y generar bases sindicales de jóvenes; ii) al iniciar sus trayectorias laborales en condiciones precarias, las y los jóvenes no cuentan con experiencias sindicales positivas, es decir, estar sindicalizado no mejora sus condiciones de vida porque, al estar muchos de ellos en la informalidad, no hay sindicato que les represente; iii) los liderazgos sindicales tradicionales no han podido comprender los cambios generacionales, los jóvenes tienen poca o nula identificación con los liderazgos sindicales, algunos de ellos bastante mayores.
El envejecimiento de los sindicatos es una realidad, en alguno países la edad promedio de trabajadoras y trabajadores sindicalizados es de entre cuarenta y cincuenta años (Rivera et al, 2022). La definición más contundente de lo que pasa en la relación de juventud y sindicalismo es la que da González (2018) en su tesis de maestría, “los jóvenes consideran que estas organizaciones son incapaces de introducirlos en sus estructuras y en la acción sindical, por lo que no se preocupan por sus reivindicaciones ni por adaptarse a sus formas de organización del trabajo y socialización”.
Director Labor Center/Centro Laboral UAQ
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