La gratitud es el recuerdo de una gracia recibida. Una alegría de lo que se debe. Epicuro decía que ‘la vida del insensato es ingrata e inquieta’. El inmerecidamente encumbrado López ha aseverado que el ingeniero Cárdenas es ahora su ‘adversario político’. Pero ¿qué sería sin él, sin su apoyo, sin el impulso a su carrera política? Nada. Si acaso un mandadero dado que carece de talento, del elemental conocimiento para gobernar. No exagero si afirmo que es un algo así como un ‘parricida político’, ser un mezquino sin memoria, amargo como una nuez podrida.
¿No intuyó el ingeniero que, en vez de abogar por un demócrata, estaba prohijando un monstruo? ¿Pero por alto una psicopatía que emergió desde su infancia? Alain llegó a afirmar que ‘no existe un alma vil sino tan solo una ausencia de alma’.
Lo hecho, hecho está. La pequeñez de López no tiene remedio. El recuento de los daños es incalculable. Ineptitud, rencor, mentora proferida una y otra vez cada mañana decoran una administración que ha devastado la pluralidad, todas las voces que se oponen a la suya, la única que tiene sentido.
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Pobre ingeniero. Haga lo que haga, diga lo que diga, no habrá marcha atrás. El esperpento es su obra quiéralo o no. Pero bien dice el refrán: “no tiene la culpa el indio sino quien lo hace compadre”
El depredador continuaría con sus diatribas aborreciendo hipócritamente a los corruptos, a los neoliberales, todo eso que lo retrata aunque no se vea en un espejo. López: un Atila, después de todo digno de lástima.
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Un momento estelar del acto conmemorativo de la constitución de 1917, no fue la presencia de esa larva de dictador que es López, sino el haber visto sentada, aunque en una esquina, a la Dra. Norma Piña, pero no por cansancio sino como un mensaje diciéndole a López que la impartición de la justicia no le pertenece. Gesto plausible que debería cubrirnos de esperanza a los mexicanos.