En el centro del salón de duelas barnizadas con esmero, casi espejos de madera del Museo de Arte Moderno del DF hubo, hace mucho tiempo, una caja de cartón. Definitivamente una caja de zapatos convertida por el choro mareador del arte conceptual en sublime obra de arte.
La Caja de Zapatos, herencia del urinario de Marcel Duchamp, llamado “La fuente” y en cierto sentido precursora del plátano de Maurizio Cattelan (sin albur), el engaña pendejos cuyo genio consistió en poner un plátano pegado en la pared con cinta adhesiva plateada y venderlo en 120 mil dólares, con todo y las instrucciones para el reemplazo de la fruta, se ha vendido muchos años después en mucho más de esa cantidad.
Bueno, la caja no. El autor, Gabriel Orozco. Un vivales transexenal cuyo talento mercantil (se le debe reconocer), ha trascendido el esnobismo de los panistas de Guanajuato a quienes les vendió una osamenta de ballena y a la Cuarta Transformación le ha endilgado –como parte de un proyecto absurdo y muy costoso–, un puente peatonal sin mérito alguno (entre otros choros) más allá de su gravitacional nombre: la calzada flotante.
Flotante, pero no flota, su imaginaria levitación no la cuelga del aire, la sostiene en pilastras enormes de rotundo acero cuyo diseño riñe con toda la arquitectura urbana anterior.
Pero como les sucede a los coleccionistas a quienes no les queda sino presumir el precio de las obras con las cuales los han timado, el gobierno cuatroteísta de la ciudad ha salido a la calzada, en medio de un alborozo con aroma de estreno y ha ofrecido al uso y gozo de los habitantes, el nuevo paso de andarines, pues se trata nada más de una losa de concreto apoyada en pilares de acero, para conectar por encima del periférico, dos partes de Chapultepec.
Todo esto es parte de la creación de la Cuarta Sección de Chapultepec, para lo cual se quieren hacer bodegas y museos tan inútiles como el del Maíz, por ejemplo.
La calzada flotante sin flotación, tiene de un lado el centro cultural de Los Pinos (innecesario, pero simbólico) y del otro el futuro Parque Aztlán, nombre nuevo de la Feria de Chapultepec.
Aquí vale la pena una digresión.
El atractivo mayor de aquel parte de diversiones y juegos mecánicos, nuestra Disneylandia enana y subdesarrollada, fue la Montaña Rusa, inaugurada por Ernesto Uruchurtu en los años sesenta del siglo pasado. Fue en su momento la más alta del mundo y dio un servicio considerablemente bueno durante más de 50 años.
Pero un día hubo un accidente mortal en otro de los juegos y la señora Sheinbaum decidió cerrar el parque, prácticamente cancelar la concesión y hacer una nueva zona de entretenimiento infantil y juvenil. Como estaba en pleno auge el delirio se le quiso poner un nombre indígena al renovado espacio y dejar su impronta en el parque {o la de su jefe} y por eso se llama Aztlán, en sustitución de Chapultepec, vocablo –como todos sabemos— del sánscrito.
Pero la Cuarta Sección tiene una utilidad. La revelaron sus propagandistas desde 2021. Así dijeron:
“Como parte de los avances del proyecto prioritario del Gobierno de México: Chapultepec, Naturaleza y Cultura, la Secretaría de Cultura federal y la Secretaría de Medio Ambiente (SEDEMA) abrieron al público a partir de este fin de semana, espacios de la Cuarta Sección del Bosque de Chapultepec.
“Esta iniciativa fue posible gracias a la donación de 73 hectáreas por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), evitando la privatización de este espacio. La Cuarta Sección del Bosque de Chapultepec que inicia su apertura los fines de semana de 10:00 a 16:00 horas. A partir del 3 y 4 de julio, se pondrá en marcha una cartelera cultural diversa, que lleva por nombre “¡Vente a la Cuarta!”.
La Cuarta Transformación, claro…