La más reciente simulación para proteger en su carrera al Palacio Nacional a doña Claudia Sheinbaum, es el descubrimiento de una sistemática cadena de sabotajes. Una red cercana al terrorismo.
Para prevenirlo, evitarlo o detenerlo, se destacaron seis mil guardias nacionales –adicionales a los cinco mil policías permanentes– cuya utilidad, se le podría embarrar al Camembert.
Pongamos algunos ejemplos.
El más reciente choque de trenes en la línea tres no ocurrió en los andenes –donde vigilan los decorativos guardias–, sino en los túneles, donde nadie inspecciona en horas de tránsito, ni tampoco tuvo como causa la idiotez de arrojar objetos a los rieles. Si eso fuera causante de accidentes, el Metro ya no existiría.
De acuerdo con los registros del STC, solamente en 2022, “fueron rescatados de las vías mil 228 objetos de diferente índole, como celulares y audífonos, los más recurrentes, hasta almohadas, llaves y medicamentos”.
De acuerdo con la más reciente aportación a la historia universal de los pretextos, hubo entonces, mil 228 actos de sabotaje. Y nadie se había tomado la molestia de catalogarlos como tales.
Y eso sin contar a los 202 extremistas del conservadurismo quienes se arrojaron completos a las vías y prefirieron perder la vida, con tal de causarle problemas a doña Claudia. Esa debe haber sido también la causa de los infaustos suicidios en el Metro. Dios los tenga en su gloria.
Como todos sabemos (Expansión) en “lo que va de la presente administración capitalina, 202 personas han perdido la vida en las vías del Sistema de Transporte Colectivo Metro”.
“Del total de objetos rescatados (SE), el 51% corresponde a aparatos celulares con 588 piezas; el porcentaje restante está distribuido en 114 audífonos, 67 bastones o muletas, 49 lentes, 41 zapatos, 35 carteras, 30 documentos y 30 paraguas; 26 bolsas, 24 joyas, 19 objetos metálicos y 16 mochilas o maletas.
“También fueron rescatados llaves, dinero, patinetas, herramientas, bocinas, balones, termos, medicinas, ropa, tarjetas, libros, lapiceras, globos metálicos (incluidos condones usados) y almohadones, entre otros.
Pero sin necesidad de recuperar objetos de las vías, la Guardia Nacional ha probado su inutilidad.
El viernes de la semana pasada, apenas habían llegado a sus peligrosas labores asignadas por el previsor mando militar, las feministas extremistas se pasaron de listas y les gritonearon mientras impavidos e impotentes miraban los destrozos de mazo y martillo contra los torniquetes de acceso.
Si el sabotaje es, de acuerdo con el significado de la palabra, “el daño o deterioro que en las instalaciones, productos, etc., se hace como procedimiento de lucha contra los patronos, contra el Estado o contra las fuerzas de ocupación en conflictos sociales o políticos”, ni duda cabe: la Guardia Nacional actúa como monje tibetano.
Mira el sabotaje para cuyo combate la asignaron y medita haciendo “Ommmm, Ommmm”.
Pero algo viene faltando en toda esta versión reparadora del gobierno en favor de la “Gran Corcholata” : ¿quien cometió el sabotaje cuando se derrumbó la línea 12 y mató a 28 personas en su caída?
Ese si fue un crimen. Para darnos idea, el segundo “Culiacanazo” produjo casi tantos muertos como aquel, accidente del Metro. Y allá por lo menos agarraron a “El ratón”.
Aquí apresaron una lata de cerveza y unas aspas viejas de lavadora. Ni siquiera encarcelaron a los pernos diabólicos.
En el caso del derrumbe de Tláhuac se decidió reparar la parte de la línea no afectada por el derrumbe; o sea, la parte subterránea (sus defectos no se vieron en los primeros tres años), reinaugurada ayer como si fuera la primera vez y ni siquiera tuvieron la gentileza de invitar a Don Marcelo Ebrard, “Don Corcholato” (“Mr. Metal bottle cap”, en el idioma de la SRE)”, porque se habrían visto obligados a llevar también a Felipe Calderón, como en la primera ocasión.
Y eso no se puede permitir.