Es un lugar común desear al inicio de año todo género de parabienes y son los primeros días y semanas, germen de un optimismo deseable, porque es hasta de mal augurio ver solo el lado negativo de las cosas.
Por ello, hagamos un lugar al optimismo desde este espacio, sin importar que en el escenario nacional e internacional las cosas no anden bien, pues más que nada es la actitud la que lo configura y nos hace ver lo más favorable.
El optimismo es un término acuñado por el filósofo Gottfried Leibniz y se hizo popular por el agudo ingenio de François Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, que con su obra “Candide ou l’optimisme” de 1759, realizó una estupenda sátira de la filosofía de Leibniz a través de su personaje Pangloss, que siempre ve el mejor de los mundos posibles y en la obra es el tutor de Cándido. En ella, Voltaire expone todos los males que aquejan a aquel siglo XVIII y lo contrapone con la filosofía optimista de Pangloss.
Algo así nos está sucediendo hoy, porque proliferan las visiones pesimistas sobre el futuro inmediato del país. A la visión triunfalista y disque transformadora del régimen, se anteponen las cifras y los augurios de estudiosos de la sociología y la economía que nos hacen ver la gran dificultad existente para que tengamos un futuro próximo venturoso, sujeto siempre a condiciones de eventual realización. Ante todo esto, porque no practicar un optimismo ilusorio, al menos para imaginar que todo lo favorable puede suceder.
Es cierto que tenemos una alta inflación y que el crecimiento del producto interno bruto del país andará rondando en niveles de 1.3 a 1.8 por ciento, cuando mucho, y que es insuficiente para recuperar los niveles de crecimiento que se tenían, pero al menos imaginemos que la inflación bajará, aunque los precios no lo hagan en forma inmediata, y que la inversión pública y privada aumentará. También podemos imaginar que la recesión en EEUU no será prolongada y que nuestro mercado interno no decaerá y los niveles de exportación crecerán si en ese país controlan la inflación.
No importa si los indicadores recientemente publicados por el INEGI presentan números que muestran ya el freno de la economía en los sectores secundario y terciario que presentaron número rojos en el mes de noviembre, y que las exportaciones manufactureras arrojen una caída de 4.3 puntos respecto a septiembre.
Si bien las cifras oficiales muestran esta tendencia reacia al crecimiento, todavía podemos tener fe en que la política monetaria del Banco de México manteniendo alta la tasa de interés, y las remesas de mexicanos en el extranjero, coadyuven a mantener estable la moneda, respecto al dólar. Hay otras cifras, también oficiales, que, leídas como están nos pueden llevar al pesimismo sin embargo, basta una buena conferencia mañanera para que la visión optimista se imponga y domine los medios para que este optimismo ilusorio sobre la buena marcha de la economía y de la nación se perfile.
El inconveniente para ello, es que al ser ilusorio, necesariamente se vincula con acontecimientos futuros, que por serlos son inciertos y dependientes de situaciones no siempre controlables, en especial cuando no se tiene la capacidad y la voluntad necesarias para hacerlas realidad.
Los primeros días del año nos dieron indicios de que algunas condiciones pudieran estar cambiando, particularmente en cuanto al estado de derecho con la elección de los presidentes de la Suprema Corte y del Tribunal de Justicia administrativa, lo que aumenta las probabilidades en cuanto a hechos positivos que fortalezcan el optimismo, pero el divorcio entre la retórica presidencial y la realidad nos lleva a mantenernos en un estado de escepticismo.
Puedo creer que la inminente necesidad de evitar crisis y desajustes en la economía familiar, por la cercanía de los procesos electorales, lleven a decisiones sensatas que no comprometan más las finanzas nacionales, pero eso implica una racionalidad de Estado tal vez no compatible con el cálculo electoral que ha mostrado ser el motivo principal de las decisiones económicas y políticas.
Maquillar cifras y edulcorar el momento incrementando el gasto en programas sociales, necesariamente traerá consecuencias en el futuro inmediato. Igualmente la predominancia de la voluntad presidencial, incluso por sobre los límites legales, seguirá influyendo negativamente en el crecimiento de la inversión y retrasando las oportunidades, oponiéndose al optimismo que puedan suscitar las resistencias, como las más recientes, en la Suprema Corte y en las Cámaras legislativas que, aunque sean más fuertes y frecuentes, no han sido suficientes.
Tal vez Voltaire al anteponer la realidad de su mundo con la filosofía de Leibniz se anticipó a este momento en el que no podemos quedarnos en la sátira y el señalamiento de problemas para burlarnos del optimista que pudiéramos ser, o del que a diario dibuja un país diferente al que arrojan las estadísticas, imponiendo a una mayoría clientelar el espejismo de la esperanza.
Por nuestra parte, seguiremos considerando al optimismo, más motivador y productivo que el pesimismo y a la movilización más útil que el inmovilismo, para cambiar aquello que sabiéndolo negativo, aceptamos como inamovible. Finalmente, ser optimista depende de la actitud y del esfuerzo que cada quien haga para conservar el optimismo.