Como una serpiente que acecha a su codiciada presa López moría de ganas por apropiarse de la presidencia de la Suprema Corte. Pero se le escapó. Yasmín Esquivel, amiga suya y compañera de José María Riobóo, contratista favorito de Amlo, había sido denunciada como plagiaria de su tesis de licenciatura en la Facultad de Estudios Superiores de Aragón por Guillermo Sheridan, un académico de la UNAM, atento siempre a esa clase de robos intelectuales. Ya lo conocíamos por haber puesto de manifiesto la misma fechoría en el caso de Gerz Manero, pese a lo cual obtuvo el corrupto Fiscal General de la República el más alto grado de Sistema Nacional de Investigadores, el SNI. ¿Qué ocurrió con Yasmín? Simplemente que en 1987 habría plagiado sin cambiar siquiera las erratas de una tesis producidas por el alumno Ulises Baez un año anterior. Plagio que merecía despojarla su título profesional, impedimento para ocupar tan alto cargo en la impartición.
La reacción del entremetido López acusó a Sheridan de alcahuete, sin siquiera conocer el significado del vocablo, que se refiere a propiciar el encuentro de los amantes. Encolerizado, López se llevó entre las patas a Enrique Krauze y otros más sin deberla ni temerla. El colmo de la deshonestidad de Yasmín fue que, en vez de renunciar a ser Ministra de la Corte, entre tanto la UNAM deba su veredicto, permaneció ahí haciendo gala de su falta de dignidad, una fichita la Sra.
Al frustrado López no le quedó más remedio que aceptar la presidencia de la Corte a cargo de Norma Leticia Piña Hernández, no sin despotricar con aquello de que “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. Exageraríamos si se considera a López como derrotado. Sólo perdió una batalla. Pero habrá que esperar una radicalización de su discurso mañanero, así como la de sus acciones. Pues que bien le conocemos su potencial de rencor, amargo fruto de su psicopatía.
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Fracaso y sus obsesiones autocráticas de López, triunfo republicano.