Quizá los primeros crujidos del casco apenas fueron escuchados por el fino oído del capitán quien en la reunión matutina con la grumetes y fogoneros, les advirtió, con la vehemencia del caso, sobre el afán de los conjurados.
Y así les dijo:
–“¿Qué creen que nos pasó?
“Que de los cuatro (ministros de la SCJN) que propuse, dos nos dieron la espalda. No al presidente; al proyecto, y nos cuesta trabajo…
“…Entonces, viene ahora el cambio de presidente. ¿Cómo era antes? Pues el presidente de la República lo nombraba, pero nosotros no tenemos mayoría, ni siquiera aspiramos a eso, a tener dominio de otro poder, porque somos demócratas y queremos que haya un verdadero Estado de Derecho…
“…Entonces, ¿a quién quieren los del antiguo régimen? Ya lo dije, al más rico, al más rico…
“…No, pero cuántos años han pasado, y los medios no dicen nada, y callan (¿?).
“Entonces, como imaginaron que la ministra Yasmín era (en la mentalidad autoritaria que tienen estas personas), la designada por el presidente, pobre abogada Yasmín, toda una guerra de potentados, medios de información, columnistas, intelectuales del régimen, vendidos y alquilados, pero una lanzada en contra de la señora.
“…nosotros no tenemos posibilidad, ni siquiera nos importa. Va a ser tarea, eso sí, de los que vengan, van a tener que reformar el Poder Judicial, que está muy mal. Ahora se avanzó algo, pero faltan convicciones, faltan ideales, faltan principios…”
Y bueno, claro, la marinería aplaudó con gracia de pinípedo amaestrado, pero horas más tarde en el edificio de la Corte, separado del Ejecutivo sólo por una acequia seca, sobre cuyo curso, hace muchos años navegaban chalupas, piraguas, trajineras y hasta algún bergantín conquistador, la señora minstra, la “pobre abogada” sobre quien cayó la gran lanzada (como al moro muerto), hizo lo posible por inducir en su favor la votación para la presidencia del Tribunal Constitucional, en medio de un escándalo cuyos defensores (como la señora fiscal (no) autónoma de la CDMX), solamente contribuyen en su contra.
Pero así sucedió: los ministros, el pleno de la judicatura nacional, la concentrada sabiduría jurídica de la patria entera, la casa de las togas y los togados; del mazo y la báscula de la dama ciega y la espada de la justicia, le cantaron aquello de lástima yasmincita; pero quizá será para otra ocasión cuando la trayectoria no quede salpicada por más manchas, pues las del plagio han sido suficientes para lograr al final de la tercera ronda de votos visibles, transparentes, en cédulas albas e impolutas, cuales sólo una con su elegante nombre. Eso quiere decir, un voto tan solo como la una.
El suyo propio, exclusivo, individual, de ella misma. En todo el cónclave nadie se pronunció en su favor. Ella votó por ella, lo cual demuestra lo enorme de su autoestima.
Y de nada sirvió la defensa presidencial: prefiero equivocarme con Yasmín que acertar con Sheridan.
Pero la señora Esquivel hizo una última intentona de sacar el agua cuyo caudal rebalsaba la sentina y amenazaba la cubierta, los castillos y hasta el puente de mando. Glu, glu…
Habló bien de sí misma (cosa rara) y advirtió la actuación de los “poderes fácticos” (sin decir cuáles); “para manipular e incidir en el proceso de designación de la presidencia” y lo calificó como “…un atentado contra la independencia constitucional de la labor que realizamos las juezas y jueces”, pero eso no la mueve de su rocosa firmeza y total gran quilidad –dijo—(lo de la tranquilidad; no lo de la roca), y presumió contar a su favor, con la resolución de una autoridad (la intrusa FGJCDMX).”
“Me presenté ante las autoridades competentes por las vías institucionales: a Universitaria, mi alma máter en la que confío y confiaré siempre.”
Pero la barca se hundió.