Cuando en la vida nacional predomina la incertidumbre pues el destino de la nación depende de la voluntad y designios de un solo hombre, vale la pena acudir a las reflexiones de los estudiosos. Alexis de Tocqueville publicó en 1835 lo que es su obra más comentada, “La democracia en América” y en ella comenta los riesgos del centralismo, entre otros defectos y virtudes de la vida en democracia.
Y viene a cuenta en razón de la excesiva concentración de poder que acumula el presidente de la República que encarna las más absurdas paradojas. Entre más quiere parecerse a Juárez tiende más a Porfirio Díaz, entre más alaba a Madero más actúa como Huerta, entre más demócrata se ostenta más monárquico se mira.
El Estado soy yo, afirmaba Luis XIV en cuyo reinado dice Tocqueville, “Francia conoció la mayor centralización gubernamental que se pueda concebir, ya que el mismo hombre que hacía las leyes generales tenía el poder de interpretarlas.” Hoy en México el presidente hace leyes con un congreso alienado, las interpreta y presiona a la Suprema Corte y en el colmo, ordena que no se obedezcan. En esa paradoja que se ha convertido el gobierno, el presidente más parece tirano que demócrata.
Tocqueville coincide, a mi juicio, con Arrow y Condorcet, éstos al expresar que solo en las tiranías se puede dar la unanimidad, y por ende el crecimiento de un proyecto, sin embargo acota; “Cierto que la centralización administrativa puede llegar a reunir, en una época y lugar determinado, todas las fuerzas disponibles de la nación; pero perjudica a la reproducción de las fuerzas. Da el triunfo a la nación el día del combate, pero a la larga disminuye su potencia. Puede por lo tanto, contribuir admirablemente a la grandeza efímera de un hombre, mas no a la duradera prosperidad de un pueblo.”
Hoy el grado de centralización de la política y la administración pública es un hecho incontrovertible, como lo es el que no se conoce el rumbo que lleva el país cuya vida institucional se desarrolla sobre ocurrencias y humores cotidianos, y aunque esto agrade a una buena parte de la población que sigue confiando en la retórica presidencial, debemos no solo desconfiar sino evitar que continúe acentuándose por las mismas razones que esgrimió Tocqueville hace dos siglos; la centralización anula participación ciudadana y descarga en una figura la tarea de construir lo que debiera ser esfuerzo de todos. Para él, esta concentración de poder puede ser benéfica si el poder central goza de una ilustración de la que carecen las poblaciones lo que no es el caso, pero si lo es el que tenemos un presidente muy activo y una población mayormente interesada en resolver sus propios asuntos, a los que les viene bien la renta bimestral que se les proporciona. Al efecto, veamos lo que dice el autor citado:
“Confieso que es difícil encontrar con certeza el medio de despertar a un pueblo que dormita, para infundirle las pasiones y la ilustración de que carece, persuadir a los hombres de que deben ocuparse de sus asuntos es, no se me oculta, una ardua empresa. Pero también creo que cuando la administración central pretende remplazar por completo el libre concurso de los primeros interesados, se engaña o quiere engañarnos. Un poder central por muy sabio e ilustrado que sea, no puede abarcar por si solo todos los detalles de la vida de un gran pueblo.” …”Cuando por sus solos medios pretende crear y hacer funcionar tantos y tan diversos resortes, se contenta con un resultado incompleto o se agota en esfuerzos inútiles.”
“Sucede entonces, a veces, que el poder centralizado trata, como medida desesperada, de llamar a los ciudadanos en su ayuda pero les dice: “obraréis como yo quiera, en tanto que yo quiera y precisamente en el sentido que yo quiera. Os encargaréis de tales detalles sin aspirar a dirigir el conjunto; trabajaréis a oscuras y más tarde juzgaréis mi obra por sus resultados.”
Nunca como ahora suenan las reflexiones decimonónicas de Tocqueville más actuales. Un gobierno sin luces y sin logros recurre al último de sus recursos, la movilización de masas que, mantenidas en una aparente tranquilidad no alcanzan a visualizar la tormenta que se avecina. Un gobierno que desprecia la ilustración y hace de la burla chabacana un monumento al cinismo al decir a voz en cuello que ya no había camiones para transportar a tanta gente dichosa que quería manifestar su contento con su líder, el abanderado del 58% de preferencias compradas.
Difícilmente coincidirá el presidente con Tocqueville quien seguramente sería catalogado en las conferencias matutinas como aliado de la oligarquía y defensor de privilegios, mientras presume los millones de personas que acudieron a expresar su felicidad. La centralización no promueve la democracia, la limita, aunque el presidente utilice el engaño de la democracia participativa como mascarada para el absolutismo centralista que está imperando.