Me casé. Nunca lo hubiera pensado por reacio a las bodas LGBT+. Lo hicimos al revés de parejas que se embodan y duran menos que una fiesta. Nosotros lo hacemos 28 años después de vivir encuentros y tempestades. Nos conocemos desde 1984 cuando un día Carlos Monsiváis llama para hospedar a un joven, de visita a la Ciudad de México. Aquel encuentro marcó nuestros destinos sin siquiera saber lo que seguía. Y lo que continuó fue que nos perdimos en los 80, porque estaba previsto que sería hasta 1994 que nos reencontraríamos como amantes. La lectura del I Ching, El libro de las mutaciones fue implacable: “retorno significa volver. Retorno es el tronco del carácter. El retorno sirve para el conocimiento de sí mismo. Salida y entrada sin falta. Camino que va y viene. Es propicio tener a donde ir”. Hemos transitado con la conciencia de volver. Hemos empezado con el deseo del reencuentro, como si fuera la última y primera vez. Los pasos han sido nuestros propios pasos. No hay perdición del tiempo si uno narra y aprende que la vida tiene un constante ir y venir. Las claves de nuestra historia: la verdad sin mentiras, la amistad por encima de cualesquier enemistad por desavenencias de índole ajena a nosotros; la cama como acompañamiento, ese secreto íntimo del susurro y los murmullos; la embriaguez como forma de alumbramiento y no como perdición de las almas, con un alegre sentido del vivir, de acompañarte de amigos, de platicar quedito y a gritos, de ser testigos de la hermandad a toda prueba. De abandonar el rito de los usos y costumbres y romperlos para transitar sin temor a las zonas oscuras de la vida. Amar la existencia como arte y no como cotidianeidad. Leer. Pintar. Escribir. Ver. Oírte para oír al otro. Saber que la soledad es tu compañera y nunca te abandonará. Entender que sin otros nadie somos nada. Saber que el amor no existe más que como en esa forma de resiliencia que potencializa la felicidad, que las penas se curan a fuerza de voluntad, en una labor creativa, esa donde la moneda no tiene valor, donde el amor no es más que una forma de persistencia, sin odio. Somos familia junto con Bono y Bombón, guau y miau —y la amistad de unos cuantos. Gracias, Guillermo Arreola.