Terminaba George Orwell su libro Rebelión en la granja, con una frase que hasta el día de hoy me sigue interpelando, “Todos los animales son iguales, pero hay animales que son más iguales que otros”. A veces desearíamos que el significado profundo de esta oración solo se quedara en la ficción literaria, no es así. El tema de la desigualdad lo podemos ver en muchas esferas de nuestra vida cotidiana y forman parte de esas prácticas discriminatorias que hemos visto en la política, el acceso a la educación y el empleo, por mencionar algunos de los más importantes. Incluso, algunos de los estudios que han documentado nuestras prácticas sistemáticas que propician la desigualdad, han generado mucha controversia. Uno de ellos lo llevó a cabo el INEGI (2017), en su Módulo de Movilidad Social Intergeneracional, y causó mucha polémica. Uno de los resultados fue que la tonalidad de la piel está presente tanto en el nivel de estudios como en el acceso a empleos bien remunerados, esto es, los mexicanas y mexicanos de color de piel más oscuro cuentan con un bajo nivel educativo y empleos menos calificados y remunerados. Por el contrario, mientras más claro el tono de piel mayores oportunidades educativas, laborales y salariales. La CEPAL (2018) lo dice más académicamente, pero el punto es el mismo, “la persistencia de la desigualdad de oportunidades educativas, laborales y de ingresos tiene sustento en prácticas profundamente arraigadas, que contribuyen a la asignación inequitativa de recursos, capacidades y posiciones en función de rasgos adscriptivos como la clase social de origen, el género o la pertenencia étnica y racial”.
En el mundo del trabajo, la desigualdad de oportunidades afecta de manera diferente a mujeres y hombres, a pesar de que la Ley Federal del Trabajo establece el acceso a las mismas oportunidades, en la práctica persisten las diferencias en razón de género, especialmente las salariales y las de promoción o ascenso. En términos de la brecha salarial, afortunadamente ha habido disminuciones, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), la brecha salarial por género era de 13.1% en 2018 y en 2021 de 12.2%; en términos de salario por hora, en 2021 un hombre tiene un salario por hora de 54.10 pesos, mientras que una mujer gana 49.40 pesos. A la brecha salarial por género se le suma la brecha de oportunidades para procesos de promoción y ascenso que está sumamente arraigada no solo en los centros de trabajo, sino en la cultura mexicana misma. Los estudios del trabajo sobre mujeres han documentado fenómenos como doble jornada, las mujeres tienen que cumplir no sólo con la jornada del centro de trabajo, también lo deben hacer con la jornada del hogar (crianza de los hijos, labores domésticas, etc.), los hombres, culturalmente hablando, no dedican tanto tiempo como las mujeres a las labores del hogar; techo de cristal (crystal ceiling) y suelo pegajoso (sticky floor), a diferencia de los hombres, las mujeres se enfrentan a barreras que no se ven a simple vista, transparentes como el cristal pero barreras al final de cuentas, que les impiden el ascenso o promoción en el trabajo, que les hacen quedarse estancadas (pegadas) a los puestos que desempeñan.
Por ello, sigue vigente la máxima de George Orwell, hombres y mujeres son iguales en el trabajo, pero los hombres son más iguales que las mujeres.
Director Labor Center/Centro Laboral UAQ
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