WASHINGTON DC. Todos los días leemos y escuchamos en los medios de comunicación el listado de mentiras del día. Trump inventó lo de las “verdades alternativas”, López Obrador ha hecho lo propio con su ya famoso, “yo tengo otros datos.” La pregunta, es si decir mentiras afecta la popularidad, aceptación o aprobación de los políticos. Ese no es el caso. Los que apoyan a un candidato, ignoran las mentiras que denuncian del otro lado, y los que no lo apoyan, repiten los argumentos y las estadísticas de las mentiras de la oposición. Aparentemente las mentiras solo nos molestan cuando el resultado no es favorable para nosotros.
En artículos anteriores he comentado que difícilmente podemos inculcar valores como la honestidad en nuestros hijos, si en casa, escuchan a sus propios padres decir mentiras; el “dígale que no estoy”, entre otras. Estamos entrenados desde pequeños a tolerar, convivir y ser partícipes de las mentiras. Privilegiamos a los que nos dicen lo que queremos oír sobre los que son honestos. ¿Qué tal un político que diga la verdad?: “Si tomamos estas medidas económicas privilegiando la salud y la educación de la población, vamos a ver resultados en los próximos 30 años”; “La economía está tan golpeada, el país tan endeudado, el talento tan escaso, que es altamente probable que no crezcamos en todo el sexenio…” y la lista sigue. Obama ganó su primera elección con un número récord del voto latino. Durante su campaña repitió que si él ganaba presentaría en su primer año una reforma migratoria. No lo hizo. Mintió y ganó. De hecho, los activistas de los derechos de los inmigrantes lo apodaron “deportador en jefe” debido a su historial de deportaciones. ¿Cuántos latinos hubieran votado por él si hubiera dicho la verdad en su campaña? Desgraciadamente en democracia, mintiendo aumentan las probabilidades de ganar. ¿No es para ganar elecciones para lo que está diseñada la democracia? Privilegiamos a los que nos mienten, nos prometen imposibles, y nos presentan datos sin sustento.
Y, ¿realmente mienten más ahora los políticos? ¿O será el hecho que las redes sociales amplifican y exacerban lo que ha sido una constante a lo largo de toda nuestra historia? Antes era difícil saber lo que un político decía de pueblo en pueblo, hoy las noticias viajan a la velocidad de la luz. Y también me pregunto, ¿Todas las mentiras pesan igual? ¿Es lo mismo mentir diciendo que la economía ha crecido como nunca a inventarse armas de destrucción masivas para justificar iniciar una guerra? ¿cantidad o calidad?
Todos sabemos que los políticos mienten. Sin embargo, decidimos que, a cambio de ciertas prebendas, beneficios o apoyos, estamos dispuestos a tolerarlos. Muchas personas sabían que Trump mentía, pero para ellos su posición frente al aborto y la migración, por ejemplo, era más importante. Igual, muchos saben que AMLO miente, pero los apoyos en efectivo son más importantes, aun sabiendo que esto no tiene mayor impacto en mejorar la economía del país. ¿Quién les garantiza que otro político sí mejoraría finalmente la economía? De hecho, dirían: los otros nos mintieron y no nos dieron nada, este nos miente y nos deja algo a fin de mes. Repito, todos saben que todos mienten. ¿Les importa?
A los políticos y partidos de oposición: si su única técnica es alegar las mentiras del otro, tal vez habría que revisar esa estrategia. El psicólogo cognitivo Dan Ariely afirma que somos deshonestos cotidianos. Desde la niñez descubrimos que mentir nos puede traer más beneficios que decir la verdad, y que, si negamos nuestras travesuras, nos evitaremos el costo del castigo. Esta realidad la vemos amplificada y latente en la política. Celebramos a los políticos mentirosos y cada vez más, somos más inmunes a sus mentiras y ellos impunes frente a las sociedades que dicen servir. ¿No es este el juego de la democracia?
Continuará…