Ramón Márquez C.
Barcelona, junio 23 de 1930: Francia y Rumania zarpan en el trasatlántico Conte Verde. Jules Rimet porta la Copa del Mundo, obra del escultor francés Abel Lafleur, quien funde un kilo y 800 gramos de oro macizo, y diseña una estatua de 30 centímetros de altura y cuatro kilos de peso, incluyendo la peana de mármol. Representa a una Victoria, portando, entre las manos elevadas por encima de la cabeza, una taza octagonal en forma de copa. Quedará en depósito del equipo monarca, y así sucesivamente en los torneos subsecuentes. La selección que conquiste tres veces el campeonato, la ganará en definitiva. Ocho días después, el Munargo atraca en Montevideo y descienden las delegaciones de México, Yugoslavia, y Estados Unidos. El 5 de julio llegarán Francia, Rumania y Brasil –que trepó al Conte Verde cuando hizo escala en Río.
Al llegar a Montevideo, nuestra selección se entera de que inaugurará el torneo enfrentando a Francia: 13 de julio en el estadio de Pocitos, minutos antes de que a unas calles -en el estadio del Parque Central- jueguen Bélgica y Estados Unidos. ¿Por qué? Porque no ha concluido la construcción del estadio Centenario, donde debutará Uruguay. En tal virtud, se respeta la fecha de la inauguración, pero el equipo local jugará días después en el nuevo estadio.
Nos alojamos en la Casa México, en Lezica, lejos de Montevideo. Casa vieja, cuartos pequeños, baños muy malos y frío espantoso: era pleno invierno y llovía sin cesar. Después de acomodarnos lo mejor posible y cubrirnos con lo que podíamos, depositamos una ofrenda floral a la estatua del General Artigas, libertador de Argentina. El segundo día entrenamos en el Colegio Pío, de jesuitas. Los alumnos nos vieron entrenar, pero las blasfemias muy gitanas que continuamente nos soltaba don Juan escandalizaron a algunos maestros y de plano nos corrieron de ahí. Nos fuimos a la cancha del Wanderers, aún más lejana. La gente que nos veía entrenar nos gritaba a Isidro Sota y a mí que si su estrella Scarone nos mandaba un “chut” nos mataba, que éramos muy malos… Mi impresión de los uruguayos, entonces, fue que eran muy ególatras y creían que no había nadie en el mundo como ellos. Pese a todo, fuimos a la concentración del equipo uruguayo. Allí fue diferente. Saludamos a nuestros viejos conocidos Scarone, Cea, Lorenzo Fernández, Mazali y el “Negro” Andrade, y ellos nos presentaron al resto del equipo. Estuvimos dos horas recordando el tiempo que estuvieron en México. Ahí conocimos al cantante Carlos Gardel, que visitaba tanto a Uruguay como a Argentina, porque amaba profundamente a ambos países. A los dos días, los uruguayos pagaron la visita: fueron hasta nuestra concentración.
Óscar Bonfiglio, portero titular