Entre 2012 y 2019, las motocicletas en la Ciudad de México tuvieron un explosivo aumento: ochocientos por ciento. Hoy, medio millón de biciclos con motor, de distintas capacidades y cilindradas, se han apoderado de la capital del país. Al menos en la vía pública.
Son los dueños de las calles, de las avenidas y las vías rápidas, circulan como quieren, por donde les gusta y nadie, nadie, les puede marcar un alto. Tampoco ponerlos en orden.
Son la peor muestra del fracaso en el control vehicular.
Hoy, sin disciplina de ninguna clase, ajenos a todo reglamento, sin supervisión mecánica ni previsiones anticontaminantes; sin verificación y en muchos casos sin placas, los motociclistas son una de las peores plagas en la historia urbana, apenas comparable con la otra epidemia: las bicicletas, con la ventaja para estas de su condición de limpieza ambiental.
Frente a esta situación la autoridad urbana, tan bien calificada en otros campos, como la inseguridad a la baja o los impactos contra la delincuencia organizada (según sus cifras), simplemente no puede.
Las dos recientes tomas urbanas por parte de centenares o miles de motociclistas enloquecidos, pretextando la “rodada” del terror, (expresión adolescente para el uso grupal de las motos), con armas de fuego y máscaras monstruosas, son una prueba de cómo hasta Batman puede sucumbir ante el desfile del guasón, según vimos en aquella célebre película de Tim Burton, con globos de gas tóxico en el aire de Ciudad Gótica.
Hoy no sucede nada en el aire (excepto la imbatible contaminación, atmosférica, descontrolada y desatendida, excepto por las inútiles contingencias restrictivas del uso automotriz, pero en las calles la Cuarta Imitación (una copia de la Cuarta Transformación), ha fracasado de punta a punta.
Y junto a esa tolerancia impotente del secretario García Harfusch, una forma de la exacción toma fuerza en la ciudad: la remisión de los automóviles particulares a los corralones con pretexto del impago de parquímetros o la invasión así sea momentánea o por instrucciones de los propios agentes de tránsito de los carriles confinados (y casi siempre vacíos) destinados a los ciclistas.
El esquilmo consiste en el descubrimiento de multas acumuladas: infracciones invisibles y en ocasiones fantasmales (para estar de acuerdo con el jalogüin), con las cuales el gobierno de Claudia Sheinbaum recauda el dinero no obtenido porque los capitalinos emplacan sus automóviles en estados vecinos, gracias a la existencia de una república federal con libre circulación de vehículos y personas.
Y mientras tanto la ciencia ingenieril del tránsito consiste en cerrar las calles, angostar los arroyos, dificultar las vueltas con escuadras en las esquinas o macetones a media calle e impedir la circulación por las vías rápidas para evitar la saturación como hacen todos los días en el Viaducto Miguel Alemán y algunas veces en las subidas al segundo piso.
En la Secretaría de (In) Movilidad, son geniales, pero con diploma de Princeton.
MEDALLA
Esta medalla no se la quita Alejandro Encinas en toda su vida. Se la puso el GIEI:
“Se juega en Ayotzinapa la credibilidad de las instituciones. México tiene una oportunidad de mostrar que la voluntad política junto a la independencia y consistencia de la investigación son determinantes para la justicia que los familiares reclaman en este caso y en otros muchos miles que se han dado en el país. Pero sobre todo se juega una respuesta digna frente al dolor y sufrimiento de unos familiares que han sido tantas veces golpeados no sólo por los hechos sino por las versiones distorsionadas o las mentiras sobre los mismos