Jamás hubiéramos imaginado hace 50 años que la satisfacción de nuestras “necesidades” y deseos iban a atentar en nuestra contra. El modelo económico que prevalece en el mundo tiene un solo objetivo para poder sostenerse: consumir, consumir, y consumir. Así de sencillo.
El desarrollo de la tecnología y de la industria en este siglo XXI han generado hábitos exagerados de consumo y conductas de abuso que han detonado nuestras inseguridades y, a través de esta ruin estrategia, inducirnos a la adquisición de productos y servicios.
Las redes sociales han contribuido en gran parte con esta labor dándonos el poderoso mensaje de lo que podemos ser a través del tener. Estas redes nos muestran un mundo lleno de aspiraciones, nos revelan una perfección cuya única forma de lograrla es mediante la compra. Es decir, nos ponen ante los ojos un modelo de vida que “puede ser tuyo”.
Cada persona tiene diferentes hábitos de consumo que delatan nuestra necesidad de ser aceptados y pertenecer, no obstante pertenecer cuesta, y no hablo solo del dinero. Me refiero a que pertenecer le cuesta al planeta y le cuesta a las personas que manufacturan los productos y las prendas que consumimos.
En las últimas dos décadas la industria textil, concretamente la “fast fashion”, tuvo un crecimiento del 400%. ¿Cómo lograron esta “hazaña”? Vendiendo la tendencia con máscara de felicidad.
De acuerdo con el informe “El Consumismo y sus Impactos en el Cambio Climático”, elaborado por Greenpeace y el ITESO, las emisiones de gases de efecto invernadero están relacionados con el nivel de ingreso de las personas. Es decir, y como te lo estarás imaginando, quienes más contaminan son los que más tienen. Son una minoría afectando a la mayoría. El 10% de las personas con mayor ingreso en el mundo son responsables de un impacto ambiental que oscila entre el 25% y 43%, mientras que el 10% con menos ingresos tiene un impacto de entre el 3 y 5 por ciento. Es un esquema de injusticia descomunal.
Ahora una cifra más para darnos una idea de que nuestro desquiciante consumo no solo da un golpe al ambiente, sino que, como lo dije, también intensifica una situación de abuso humano que no tiene calificativo. Shein, una reciente marca de ropa, ofrece una nueva colección cada dos semanas. ¿A qué se le atribuye tanta eficiencia? En primer término, a la necesidad de consumir y, en consecuencia, a la cantidad de compras que se pueden alcanzar con solo un clic. En segundo lugar, a que quienes maquilan para este monstruo comercial trabajan 24/7, entre 11 y 12 horas diarias, recibiendo 3 peniques por día, equivalente a 60 pesos por estas extenuantes jornadas. De este modo, ésta fast fashion logra vender más de 600 mil productos por internet. Estamos hablando del amasiato de la destrucción del ambiente y la dignidad humana. Un consumismo que nos consume.
Ahora bien, ¿qué hacer? Redireccionar nuestro consumo hacia un consumo responsable que pueda traducirse incluso en una acción de justicia climática. La generación de conciencia a través de la educación, del fomento de valores que giren alrededor del respeto a nuestro medio ambiente pero también a todas las personas que habitamos este planeta. El actual modelo es insostenible. Es momento de hacernos cargo y de hacer un llamado a quienes toman las decisiones para reencauzar el rumbo del modelo de consumo por uno más responsable como una medida fundamental para frenar el deterioro de nuestro medio ambiente.