Es un hecho que el candidato de MORENA a la presidencia de la República será decidido en Palacio Nacional. Lo que no es seguro es que, contra todo lo que la narrativa oficial induce y algunos comentaristas y analistas ya dan por sentado, el escogido(a) resulte electo en 2024. La duda es posible por la natural incertidumbre inherente a los procesos democráticos y porque cada vez más, el discurso presidencial se tropieza con la realidad que inadvertidamente empieza a modificar el estado de ánimo del votante.
No escapa a este análisis, que siempre existe la posibilidad, muy real, de que este gobierno intente hacer una elección de estado, como se intuye, por su decisión de limitar y controlar el órgano electoral independiente y por la descarada instrucción dada a los gobernadores de su partido para utilizar todos los recursos del estado para ganar la elección, sin embargo, el poder del voto ciudadano expresado libremente puede hacer nugatorio el intento de asalto gubernamental.
Actualmente la carrera de las corcholatas acapara la atención y genera la percepción de que entre ellos está el próximo presidente de la república, igualmente contribuye a ello que los indicadores de la popularidad presidencial se mantengan en relativa alta estabilidad. Se suma el que no haya otra figura pública con la exhibición mediática o con presencia pública suficiente para oponérseles, razón por la que se tiene que recurrir, a otros indicadores, para destruir la falacia.
Un seguimiento a las encuestas publicadas en el diario El Financiero, nos indica que la popularidad del presidente, 56% en septiembre, no es significativamente mayor a la que tenían en el periodo equivalente, Ernesto Zedillo, 52%, Vicente Fox, 54%, o Felipe Calderón, 55% y todos ellos perdieron la elección para su sucesión.
En el seguimiento diario que realiza la empresa Mitofsky, la aprobación presidencial registra variaciones que coinciden con eventos significativos. En abril de este año, la popularidad presidencial alcanzó 62.4%, coincidente con el proceso de revocación de mandato, sin embargo, a finales de ese periodo la inflación se hizo presente. Para junio la aprobación descendió a 55.7%, marcada por el asesinato de los jesuitas en Chihuahua, la percepción de inseguridad generalizada y el incremento de la inflación y las tasas de interés. A partir de ahí los indicadores no han vuelto a llegar al 60% y se mantienen en el nivel de los 55 – 57, gracias a la eficaz estrategia de distractores desplegada por la presidencia.
El presidente ha sido hábil en el manejo del estado de ánimo de los ciudadanos, pues sabe que de ello depende mantener las preferencias electorales. Conforme se acercan los tiempos sucesorios y ante la desorganización de la oposición formal, ha sido la realidad la que ha vulnerado la imagen presidencial y hay algunos hechos por venir para los que no alcanzará el discurso y la negación.
Los gritos de la guacamaya y los libros como el «Rey del cash», habrán de pegar, aunque lo minimicen, en el centro de la imagen de honestidad que se ha creado, pero no serán tan perjudiciales como la persistencia de la inflación y la disminución del poder adquisitivo.
La base electoral partidaria de la que goza, es irreductible, sin embargo, no será la oposición organizada la principal amenaza para su intención continuista, sino aquella masa que en la letra chica de las encuestas se manifiesta con su silencio o no declaración de preferencias.
En la encuesta en vivienda realizada por Mitofsky en agosto, más del 33% no declaró preferencia o rechazó a todos los partidos. En las realizadas por “El Financiero”, un 54% de la población adulta se manifestó apartidista, representan más del doble de los que se consideran morenistas y casi el triple de oposicionistas identificados con PRI, PAN Y PRD. En este segmento apartidista, la aprobación ha venido descendiendo significativamente, de 65 en 2019 a 51% en 2022, con tendencia descendente.
Por ello el presidente se empeña en utilizar recursos fiscales para mantener estables los precios de la gasolina y las medidas que eluden el cumplimiento de normas sanitarias y de comercio para que puedan importarse productos básicos, evitar el alza de precios y el aumento de la inflación, pues sabe que el descontento de la población llega por el bolsillo, más que por el razonamiento.
El presidente ha sido hábil en el manejo de la animosidad contra el pasado y en la percepción de que él hace la diferencia, manteniendo la esperanza de un cambio y eso motiva que su popularidad no baje en demasía a pesar de sus desatinos y la generalización de la opinión negativa publicada en medios. Pero la popularidad no se traslada en automático a votos. Las lecturas de los estudios de opinión nos hacen ver y él también lo sabe, que hay un segmento que no mueve su percepción favorable a él, pero tampoco ignora que la polarización social que ha provocado tendrá un costo y que en una elección competida y con un estado de ánimo exacerbado por factores como la inseguridad y la economía, ese 54% de apartidistas, o ese 34% que oculta su intención, superan con mucho a su feligresía. Hay animosidad contra su proyecto y formas de gobierno que solo espera un canal para manifestar su descontento, no es tan chica como lo cree el oficialismo y puede crecer de seguir la economía como va.