Pues la verdad, si muy poco sabemos de él, al menos quienes vivimos dos mil metros arriba de Villahermosa o La Chontalpa (quizá eso explique la incomprensión crónica), porque más allá de su larga amistad con Andrés Manuel y ser hijo de Don Payambé y su estirpe y oficio notarial y ser parte de esa familia protectora del actual líder cuando no era nadie, ni siquiera un estudiante aventajado, pero siempre el más vivo y listo de todos, el más visionario de su propia historia, pues es poco el conocimiento, insisto, porque en esa tierra hay personas extrañas, como decía Graham Greene cuyo arranque en “El poder y la gloria” es sencillamente glorioso y poderoso –como suele ser la prosa de los consagrados, ¿te acuerdas?–, anda, tómate el libro y repite, cita, pues, esas palabras hijas de la desolación y quizá hasta el rencor, porque ahí está el sol, el calcinante sol de Tabasco, haz memoria, “…bajo el enceguecedor sol mexicano, la tierra parecía calcinada… Algunos gavilanes lo miraron desde el techo, con mísera indiferencia: todavía no era carroña.
“Un débil impulso de rebelión agitó el pecho del señor Tench; arrancó con sus uñas rotas un terrón de la calle y lo arrojó sin fuerza hacia las aves.
“Una de éstas alzó el vuelo y se alejó aleteando sobre el pueblo: sobre la placita diminuta; sobre el busto de un ex presidente, ex general, ex ser humano; sobre los dos puestos de venta de gaseosas.
“Hacia el río y el mar. Allí no encontraría nada; los tiburones se encargaban de toda la carroña de esa zona.
“El señor Tench cruzó la plaza. Dijo “Buenos días” a un hombre con un fusil, sentado a la sombra de una pared. Pero aquí no era como en Inglaterra: el hombre no le dijo nada; lo miró malévolamente, como repudiando al extranjero, al responsable de sus dos premolares de oro. El señor Tench pasó sudando frente a la Dirección de Impuestos (que había sido una iglesia), hacia el puerto. De pronto, a mitad del camino, se olvidó del motivo de su salida. ¿Un vaso de agua mineral? En este Estado, donde el alcohol estaba prohibido, no había otras bebidas, salvo la cerveza; pero como ésta constituía un monopolio oficial, resultaba demasiada cara, exceptuando ocasiones extraordinarias…”
Pero volvamos al personaje. ¿Qué sabemos? Pues nada más su piel sensible, su “mecha corta”, su disponibilidad entera siempre para replicar, responder el agravio, haya o no haya, como con aquella señora cuya experiencia –o consigna de provocación, vaya usted a saber– le hacía desconfiar de la palabra de los políticos y burócratas y a quien le contestó con un yo tampoco confío en usted, como si los funcionarios pudieran poner en la báscula la confianza hacia los ciudadanos y no al revés, ándele, señora, tenga para que aprende, a mí no se me rascan las bolas así como así, o como dicen en Madrid, no me toques los cojones, y el único aprendizaje de esto es la evidencia de cuán rápido se sulfura caballero –egresado de la Sorbona y según dicen, pianista de sensibilidad musical–, cuyo tonito suave y agudo él mismo celebra con taimada ironía porque “…a poco creen que con esta vocecita yo voy a poder amenazar a alguien”, dijo el otro día, pero con ese hilito, me acuerdo, le dijo hipócrita, cínico e irresponsable a Manuel Bartlett cuando las aguas de la hidroeléctrica inundaron –como siempre- las planicies tabasqueñas, y fue necesaria la intervención del presidente (ya Adán, ya déjalo…) para calmare los ánimos, o mejor dicho el ánimo porque Bartlett, ex gobernador de Puebla, se tragó todo el dulce típico ante la filípica…
Ahora, con ese tono infantil (así hablaba el “Indio Fernández antes de desenfundar), las dice a los gobernadores hipócritas porque se oponen al militarismo y sin embargo piden militares para cuidar sus estados.
Ya lo vamos conociendo, poco a poco.
¿Y cuando tenga el poder?