Indudablemente una de las mayores fortalezas del presidente de la república es su capacidad para controlar y revertir los daños. Cualquier circunstancia adversa a su tendencia, su movimiento o su persona, se transforma –gracias al verbo hipnótico y en apariencia sincero—en un capital moral (la moral de manipular los medios, todos los medios y después explicaré): todo es como yo digo, hasta aquello ajeno a mi doctrina o mi comportamiento teórico.
Y digo comportamiento teórico, porque otra cosa muy distinta es la práctica de su gigantesco control político, para cuya gestión se requieren procedimientos muy diferentes a la pureza del predicador.
Por ejemplo: las evidentemente ilegales formas de fondeo de su movimiento político, de las cuales seguramente tendremos detalles en el libro (desde ahora perseguido) de la señora Elena Chávez, cercana colaboradora en los tiempos fundacionales, y más cercana cónyuge del hasta la fecha funcionario de la 4T, el operador preelectoral de Adán Augusto, y subsecretario de Gobernación, César Yáñez.
Cuando los hermanos Pío y Martín fueron sorprendidos en la recepción de dinero, la verdad se impuso: se trataba de aportaciones. La palabra santificada (como Leona Vicario, dijo), fue suficiente para apagar el fuego. O al menos lograr su contención. La lumbre, a pesar de todo, no prendió en el alma tierna del pueblo bueno, cuyo líder necesita recurrir a esas viejas prácticas con tal de lograr la futura felicidad del proletariado nacional, tan requerido de apoyos, dádivas, pensiones y sobornos.
Comprensión a cambio de pensión.
Muchos son los otros ejemplos de cómo la verborrea modifica todo. Hasta la trascendencia de las cosas y los riesgos.
En el caso más reciente, los aletazos de la guacamaya, frivolizados hasta el extremo musical de Chico Che, es otra muestra de cómo el discurso siempre se pone por encima del análisis.
El relato del culiacanazo no tiene importancia, ni siquiera por la vulneración de los ya sabidos “secretos” militares, porque no responde a la única pregunta importante: ¿por qué el presidente de la República pacta con narcotraficantes?
Y no vale la respuesta sensiblera y facilona, para proteger vidas humanas. Más vidas humanas de acaban o desfiguran por el comercio y consumo de las drogas, sin contar con los miles de muertos generados por los abrazos contra la violencia por ellos desatada. Esas son salidas laterales, efectivas frente a un populacho desinformado, con la conciencia comprada de antemano y siempre dispuesta al aplauso comprensivo cuya explicación se justifica en el alejamiento del pasado y la diferencia con los tiempos anteriores.
Y sobre el chillido de las guacamayas, esta declaración es verdaderamente infame. Como Echeverría apedreado en la UNAM, la culpa la tiene la CIA. Ya se sabe, la CIA es como la madre. Agencia solo hay una. Es como decir, el coco.
“…Tengo entendido que este mismo grupo ya ha hecho lo mismo en otros países, creo que, en Colombia, en Chile, por eso creo que es algo que se maneja desde el extranjero (…) Parece que utilizan a Loret para eso, pero quien lleva a cabo la extracción de la información debe ser una agencia o un grupo del extranjero…”
Si fuera una agencia extranjera el asunto revestiría dos problemas: uno el ataque mismo. El otro, la injerencia extranjera, conducta foránea inadmisible y golpe a nuestra soberanía (el himen de la patria), esa condición virginal cuya pureza forma parte del ideario fundamental de la Cuarta Transformación.
Si no somos un país dominado geopolíticamente por nadie, tal se nos machaca una y otra vez, ¿cómo entonces toleramos estos ataques de “una agencia o un grupo del extranjero?”
Porque según el presidente esto no debe ni siquiera ser investigado porque a la gente (¿quién es la gente?) no le gusta.
A la gente le gusta, sin duda, la persecución de la señora Dreser en el Zócalo, coto del pensamiento lopezobradorista donde nadie tiene derecho de pisar, bueno, excepto el grupo firme.