Para quienes hemos estado cerca de la Secretaría de Marina Armada, al menos desde los tiempos de Zermeño Araico o Vásquez del Mercado, no resulta sencillo comprender los hechos recientes: siete helicópteros –de distintas capacidades y modelos–, precipitados al suelo con estrépito de desastre en tres años.
Y obviamente la pena por los 18 marinos muertos en esos graves accidentes.
Tres sismos pueden ocurrir en la misma fecha con varios años de separación entre ellos, obviamente. Son casualidades reñidas con la lógica. Pero siete accidentes aeronáuticos, entre 2019 (este gobierno comenzó en 2018) chocan contra la lógica y destruyen o lastiman al menos, la percepción de eficacia de las Fuerzas Armadas.
No se trata hoy de recordar momentos grotescos en la historia de la Armada, como aquella pintoresca aventura de los barcos de cemento imaginados por Don Heriberto Jara a quien no se le hundieron los buques, sino se le vino abajo la dársena (una dársena es una zona protegida en las aguas, sobre la cual se pueden hacer maniobras de distinta naturaleza) donde se iban a construir. Total, el ridículo.
No, hoy se habla de una de las dos instituciones sobre las cuales sustenta su vigor la epopeya histórica a la cual nos ha convocado esta administración: la Cuarta Transformación de la vida mexicana, para cuyo logro, tantas leyes se han derogado y tantas instituciones se han achicado o desaparecido.
El recuento es necesario, por más y como alguien quiera calificarlo de morbo oportunista, especialmente en estos días dominados por discusiones de toda dimensión e intensidad, en torno de las fuerzas armadas y su papel en la vida social. Quizá se podrían abatir los accidentes aeronáuticos mediante una encuesta:
–¿Quiere usted que yan no se venga abajo ningún helicóptero de la Marina y sigan muriendo nuestros heroicos hombres del mar?
Diga sí o no y recuerde, esta encuesta llega hasta usted patrocinada por Morena, su partido de confianza. Esperamos su voto. Coma frutas y verduras.
Esa podría ser una buena promoción. Contra los graves percances.
Indudablemente el peor de todos ha sido el del 15 de julio de este año, cuando fue detenido el narcotraficante Rafael Caro Quintero en un operativo cuyo éxito se quiso atribuir a un sabueso de finísimo olfato quien detectó las urgencias fisiológicas del fugitivo, y lo sorprendió en incómodo trance, como le ocurrió tiempo atrás a don Jesús Negrete, mejor conocido como “El tigre de Santa Julia”.
Catorce hombres murieron en ese accidente cuya causa fue inverosímil: no le pusieron combustible.
El helicóptero destruido era un “Black Hawk” (Halcón negro). Una aeronave de combate de Estados Unidos, en cuya fabricación –para la guerra–, se instalan los más avanzados sistemas posibles de alerta y diagnóstico.
Esos aparatos tienen. Todo tipo de sensores externos y obviamente un control absoluto (y por duplicado) del funcionamiento de todos sus componentes. Si un simple automóvil puede avisar en el tablero hasta la presión de las llantas, esos artefactos controlan todo, absolutamente todo y tienen un “check list” perfectamente eficiente, además de la revisión protocolaria antes de cada vuelo efectuada por los navegantes.
No es posible.
El más reciente accidente –el sábado pasado–, no fue en un aparato de esas características militares. Era un “Eurocopter” adquirido inicialmente por Petróleos Mexicanos, y puesto a disposición de la Semar, tiempo después, como parte de esa “militarización” administrativa del ahorrativo régimen experto en contar chiles y a cambio derrochar en caprichos y dádivas.
Ahora murieron tres tripulantes y el presidente de la República mandó un escueto mensaje de tuiter:
“Lamento el accidente del helicóptero de la Secretaría de Marina. Abrazo a los familiares de las víctimas”.
Tan, tan.
CHECO.
Los entusiastas de la nada deben distinguir una carrera de un campeonato.
¿Trinfo meritorio? ¡Claro! Gran papel, gran desempeño.
Pero nada más. Cuando sume 7 campeonatos, hablamos.