La de los niños que nacieron en el encierro pre y post pandemia, será identificada en el futuro como la generación de los niños COVID. Con el inicio del nuevo ciclo escolar y el regreso a clases presenciales, para muchos de ellos fue el primer día en su vida de convivir con otros niños, con otras mujeres que no son ni su mamá, abuelas o tías, la primera vez que las letras dejarán de ser muñecos bailarines en la pantalla y que ellos, los pequeñitos, descubrirán cómo atraparlas y formar palabras y comunicarse y hablar, porque muchos de ellos pasaron sus primeros tres años de vida casi en silencio, viendo rostros a mitades, como si el cubrebocas fuese prenda de vestir y las voces apagadas así, medias gangosas, las verdaderas, y difícilmente aprendieron a hablar por no ver en los demás el movimiento de los labios. Los niños COVID ya reconocen el cubrebocas como indispensable, igual que la botellita de gel, la toalllita clorada y la insana distancia que les impedirá disfrutar del abrazo espontáneo que casi los tumba del fuerte balanceo amoroso en el que suelen encontrarse, reconocerse.
Hace dos años la Directora del UNICEF escribió: “Si no actuamos de inmediato para abordar las consecuencias que la pandemia tendrá sobre los niños, el eco de la COVID-19 causará daños permanentes en nuestro futuro común. El mundo volverá a funcionar y, cuando esto ocurra, el grado de resiliencia de los sistemas de salud más débiles, servirá de indicador de cómo gestionaremos otras amenazas en el futuro.”
Y es que el encierro al que fueron sometidos los niños, aún los que ya eran párvulos cuando inició la pandemia, no sólo les marginó de la convivencia social, también de los programas de salud, de por sí de cobertura limitada, del seguimiento de vacunación, de desarrollo nutricional, de aprendizaje, afectando principalmente a quienes llevaban cursos especiales o terapias, acompañamiento que a la vez detectaba maltrato, abuso o explotación. La generación COVID al interrumpir su estudios presenciales, presentará deserciones especialmente de niñas a quienes al incorporarlas a los quehaceres de la casa o cuidado de otros niños, se vuelven parte del engranaje laboral que hace posible la salida de los padres a trabajar. El declive económico derivado del cierre de empresas o despidos, también afecta especialmente a los niños, que por ser casi invisibles, en hogares pobres suelen ser los últimos en recibir atención. En los hogares con cierta posibilidad económica, se recurrió a la tecnología digital para conectar al niño con el mundo exterior y para distraerlo, la pregunta es qué pasará ahora que conozca o regrese al mundo real cruel y bondadoso, maravilloso y amargo pero real, y deje la hibridez de la ficción. De ninguna manera es asunto menor el conducir a los pequeñitos a la ruta de la “normalidad”, las autoridades en materia educativa deben implementar mecanismos especiales consecuentes con la situación inédita que vivimos. Ardua tarea es la que tienen padres, cuidadores y maestros de los niños que perdieron en el aislamiento, el encanto del mundo exterior, bien sea por el exceso de vida virtual o por marginarlos al espacio más tenebroso del mundo real, el del desamor, violencia, mal nutrición, abuso. El aspecto que tenga el mundo y la vida en el futuro son responsabilidad de todos ahora, ya, en lo inmediato, recurriendo a todos los recursos pedagógicos y amorosos posibles, no dejemos las cosas Al tiempo.