El 16 de agosto dieron inicio las campañas presidenciales en Brasil. De la docena de candidatas y candidatos, las encuestas prevén que dos contendientes disputarán la mayoría de los posibles 148 millones de votos: por el Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio “Lula” da Silva, y por el Partido Liberal, el actual mandatario Jair Bolsonaro.
Estas elecciones, en las que se definirá la presidencia para el periodo 2023-2027, están consideradas como las más polarizadas en la historia brasileña y las que podrían ejercer tensión sobre la cuarta democracia más grande del mundo.
La polarización que se deja ver en el ambiente preelectoral la encabezan dos proyectos opuestos. Por un lado, Bolsonaro, con el lema “Dios, patria, familia y libertad”, se centra en la exaltación de esas figuras, el rechazo al aborto y la legalización de las drogas. Además, ha destacado el riesgo del comunismo. En contraste, Lula, con el llamado “Vamos juntos por Brasil”, promete enfrentar la inflación, pobreza, escasez de alimentos, falta de oportunidades de empleo y las amenazas a la democracia.
Asimismo, las y los simpatizantes de ambos candidatos denotan dos realidades distintas. Quienes apoyan al aspirante del Partido Liberal en su mayoría son personas con amplio poder adquisitivo, hombres blancos, empresarios y evangélicos, así como las Fuerzas Armadas. Por su parte, la población afín al Partido de los Trabajadores es la económicamente desfavorecida, afrodescendientes, gente desempleada, mujeres y jóvenes, así como la comunidad católica.
Como es de esperarse, los dos aspirantes buscan simpatías dentro de los grupos que no son partidarios suyos. En este sentido, destaca la representación del voto de la comunidad evangélica, que, según varias encuestas, podría estar cambiando sus preferencias, así como la definición del electorado femenino —las mujeres representan poco más de la mitad de la población total de Brasil—, al igual que las personas menores de 30 años y habitantes que se definen como afro o mestizos.
Al parecer, el candidato que consiga movilizar a estas personas a las urnas y le representen el 50 por ciento más uno de los votos totales será el próximo presidente de Brasil, de lo contrario, la segunda vuelta sería el 30 de octubre.
De acuerdo con la primera encuesta en campaña, realizada por Datafolha, Bolsonaro aumentó en tres puntos porcentuales la intención de voto, y Lula se mantuvo estable. Además, tomando en cuenta los votos válidos y excluyendo el porcentaje de indecisión, prevé que Da Silva obtendría cerca del 51 por ciento de votos, lo que mantiene la posibilidad de que logre la victoria en primera vuelta. Sin embargo, habrá que esperar los nuevos sondeos, posteriores al primer debate televisivo de este domingo, que reunió a las y los seis principales contendientes a la presidencia, y que se centró en acusaciones mutuas entre Bolsonaro y Lula.
A pesar del tirante clima electoral, los comicios presidenciales de Brasil han permeado en positivo en el deber ciudadano. Más de dos millones de personas se desempeñarán como fiscales de mesa y en otras funciones durante la jornada de votación. Según el Tribunal Superior Electoral (TSE) de la nación sudamericana, el 48 por ciento de la ciudadanía se inscribió espontáneamente para el servicio electoral voluntario, es decir, un 93 por ciento más que en el proceso de 2018.
Thayanne Fonseca, coordinadora de personal del TSE, comentó: “No podemos hacer elecciones sin la participación de la sociedad en todo el país. Los secretarios son la justicia electoral en acción, se ofrecen como voluntarios para llevar a cabo lo que llamamos democracia, el derecho a votar y a ser votados. Así que, sin la participación de este público, no hay democracia”. Las y los brasileños demuestran estar comprometidos con la consolidación de ésta.
América y el mundo se encuentran a la espera de que en la próxima jornada electoral en Brasil perdure un clima democrático. El resultado es clave para la geopolítica regional y la interacción global; el anhelo es que los comicios y su resultado sigan la pauta de transiciones responsables, como las recientes en Colombia y Chile, ambas naciones con nuevos gobiernos progresistas y también con electorados altamente polarizados.
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