El presidente López, en una de sus tantas promesas, aseguró que esclarecería el asunto de la tragedia de los cuarenta y tres normalistas secuestrados y asesinados, conocido como el caso Ayotzinapa. ¿Cuál fue la verdad de lo ocurrido en aquel informado el 27 de septiembre?. Tras una investigación, Enrique Peña Nieto, Jesús Murillo Caram, entonces procurador en los tiempos declaró que de esas indigaciones se desprendía “la verdad histórica” de los hechos. Para consolar a los deudos de aquellos jóvenes, puso al frente de una nueva pesquisa pomposamente llamada ‘comisión de la verdad’ presidida por el actual subsecretario de gobernación, Alejandro Encinas, que recientemente salió con su ‘batea de balas’ no sin aprehender a Murillo Caram, como principal responsable de aquel suceso, aunque son responsables funcionarios suyos incluido Omar García Harfuch actual secretario de seguridad de la Ciudad de México.
La verdad es que los normalistas aquellos fueron masacrados por los grupos criminales “Guerreros unidos” y “Los Rojos” con la complicidad de policías municipales. Inútil fue la participación de supuestos expertos, más fraudulentos que otra cosa. Que si los chicos abordaron un autobús equivocado, portador de droga, que la osamenta de algunas víctimas fue encontrada en el basurero de Cocula. Se ha buscado tanto la verdad, que más allá del documento anunciado por el entonces procurador, poco puede decirse. Los cadáveres de los muchachos fueron arrojados al río Balsas, al pozo de Pueblo Viejo. Pero ahí está Don Jesús tras las rejas como un ‘chivo expiatorio’; una barbaridad que coincide, paradójicamente, con liberación de Rosario Robles Berlanga, después de haber padecido tres años de prisión en la cárcel de Santa María Acatitla. Injusticia por partida doble: la del arresto de Murillo y el confinamiento de Rosario por la supuesta ‘estafa maestra’ cometida por ella. Dos casos penales de dudosa procedencia. Pues que el caso de Murillo habría que ver, de los delitos que se le imputan, cuántos han prescrito, y en el de Rosario por qué se le negó la libertad condicional. En el primer caso, el de Murillo, un arresto que complacerá al ‘imaginario colectivo’. Y en el de Robles, atisbos de una venganza acorde con el talante de López y sus secuaces morenistas. Basura política en ambos casos. La de Gertz Manero con su impronta delincuencial y la de Encinas, desdibujado por su lacayismo al servicio del ya no tan poderoso macuspano, vacilante entre la sucesión con un títere o la permanencia en la ‘silla embrujada’, pues que el fantasma de Don Porfirio Díaz lo acosa día y noche. Y por qué no, si su referente icónico es el hombre de Guelatao, el disque Benemérito de las Américas.
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Colofón: la ‘verdad historia’ ahora transita hacia la simulación política que confirma, parafraseando el dicho: “crea una Comisión para que nada se resuelva”.