Recientemente salió a la luz un libro de Jaret Kushner, Breaking History: A White House Memoir, (Rompiendo la Historia: Memorias de la Casa Blanca), que ha causado escozor en el proceso de posicionamiento de los posibles candidatos a la presidencia de México, pues sucede que también en Estados Unidos hay elecciones este año y coincidirá también, en 2024, la elección presidencial con la de México. Kushner está en campaña para posicionar a Trump.
Llama la atención que un libro mediocre, un libelo, un panfleto, que se dedica a fanfarronear sobre el mal uso del poder en Estados Unidos sea considerado como una revelación divina por algunos comentaristas en México. La política exterior de la gran potencia sólo en muy contadas ocasiones, por ejemplo con Roosevelt, ha sido benéfica para México. Alardear sobre el chantaje, las presiones indebidas, la ilegalidad de las presiones, trivializar sobre la toma de decisiones que afectan a millones de seres humanos no es ninguna gracia y estos alardes son precisamente el contenido de tal libro de Kushner. Es un tipo inmaduro que tiene que hacer maromas para agradar al suegro, que es un malandro.
Hace ya algunos años, en los sesentas del siglo pasado, Hannah Arendt escribió sobre el origen del totalitarismo y también un magnífico libro sobre el juicio, en Israel, del nazi Adolf Eichmann, la banalidad del mal. Como antídoto del totalitarismo, Arendt defendía el concepto de pluralismo en el ámbito político: “gracias al pluralismo, se generaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas” y, al referirse a la banalidad del mal, Hannah Arendt sostiene que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes. Eichmann era un burócrata mediocre y eficiente que sólo cumplía órdenes para hacer efectivo el Holocausto.
Tal es el libro de Kushner, falto de ideas, de análisis de las consecuencias, superficial, con el fin único de aparecer como gente de poder, sin importar las consecuencias de sus actos. Sólo cumple las órdenes del peor presidente y de un sistema hecho para dominar y destruir. La banalidad del mal. Una política de amenazas y chantajes, como la de Trump y la de Kushner, no merece llamarse política, es simplemente el uso de fuerza más burdo y descarado, pero ufanarse de eso es realmente vil y deleznable. Hay niveles.
Utilizar los dichos, que argumentos no hay, de un Eichmann estadounidense para tratar de afectar la política exterior más digna, nacionalista y eficaz de México en muchas décadas, es un despropósito. Desde luego que no le llegan estos ataques al presidente y menos al canciller. Marcelo Ebrard hizo todo un alarde de política exterior digna, negociando, buscando argumentos, construyendo apoyos entre los demócratas, los grupos empresariales y la prensa, tal como lo hizo el creador de la diplomacia moderna de México, Matías Romero, en sus gestiones ante Lincoln y Ulysses S. Grant, que acudió a los grupos de presión para lograr los apoyos que requería Juárez ante la invasión francesa y el segundo imperio, el de Maximiliano.
Jared Kushner, Mike Pompeo y el mismo Trump, no son para nada semejantes a Lincoln o Grant, en comparación, son unos rufianes que accedieron al poder en medio de descalificaciones y ofensas al pueblo de México y no merecen ninguna consideración. Si existiesen los mecanismos para retirarle la condecoración que le otorgó a Kushner el gobierno de Peña y el servil de Videgaray, el último día de su gestión, se le debería de retirar. Es la personificación de la banalidad del mal. Esa presea tiene el repudio de un país mucho más grande que los alardes de políticos mediocres. Cualquier mexicano que se respete debería de pedir el retiro de tal condecoración espuria.