Hace unos días La Asamblea General de Naciones Unidas reconoció como un derecho humano el poder disfrutar de un medio ambiente limpio, saludable y sostenible. La resolución dota al derecho al medio ambiente sano el carácter de derecho humano universal. La resolución reitera que todos los Estados tienen la obligación de respetar, proteger y promover los derechos humanos incluido este nuevo derecho.
Celebró esto pero ¿De qué sirve la existencia de una norma si no se respeta? Y peor aun de que sirve si no se asume, ¿Cuál es la función del entramado legal si éste no entra en acción? Sería letra muerta.
En sistemas políticos como el nuestro no basta la existencia de la disposición legal sino que se hace necesaria la exigencia por parte del ciudadano y la reciprocidad también; de asumir el compromiso para cumplirla. Finalmente los regímenes democráticos tienen como pilar a la ciudadanía, y es a partir de esta que la acción pública se rige.
¿Y a qué viene tanta reflexión? muy sencillo: a que hay una nueva generación de derechos que priva en la actualidad y que pareciera que apunta en una nueva dirección que se preocupa de manera global por el bienestar de todos. Esos son los llamados derechos verdes, esos derechos que intentan garantizarnos un futuro sustentable y sostenible, eso es lo que priva hoy en día: el esfuerzo por tener un mañana.
De modo reciente las Naciones Unidas, en algo categorizado cómo histórico, declaró como derecho universal un medio ambiente sano, limpio y sostenible. El asunto viene desde octubre del año pasado, pero no fue sino hasta finales del mes de julio que la Asamblea General de este organismo determinó fijar un rumbo internacional distinto para toda la humanidad.
Eso quiere decir que hay conciencia a nivel cupular, es decir, en instancias que tienen acceso a fuentes de información de primera mano que permiten tener una visión más amplia sobre lo que ocurre en nuestro mundo y lo que puede venir si no hacemos algo al respecto. Pero eso era la parte fácil, lo complicado, lo difícil y el gran reto de todos es que podamos observar, de modo general, que ya no solo tenemos derecho a una vivienda digna, a una educación, a la salud, y un sinnúmero de disposiciones que ya teníamos, hoy pensar en que se garantice un medio ambiente sano es nuestro recién salido del horno derecho humano universal.
Es tan común escuchar sobre «medio ambiente», que en ocasiones pasa desapercibido la trascendencia del concepto por si mismo. Estamos hablando de nuestra salud y, en consecuencia, de un futuro estable y que garantice la continuidad no solo de la raza humana sino de todos los ecosistemas que nos acompañan.
Lo adverso es que, a nivel de ciudadanos podamos ser plenamente conscientes de lo que esto implica pero sobre todo lo que este derecho nos representa. En primer término la voluntad de los poderes encargados de las legislaciones locales y federales, y en segundo plano, el más importante; hacernos cargo de lo que nos toca, que es generar desde lo particular acciones para impactar lo menos posible a nuestro medio ambiente, aprender a aprovechar al máximo el agua, minimizar nuestros residuos y educar a las próximas generaciones con mejores prácticas y mayor conciencia.
Pasamos de los derechos sociales a los derechos ambientales; los derechos que usualmente se exigían en el siglo XX han ido dejándose atrás, para ser sustituidos por otra generación de derechos que se enfocan más en la sustentabilidad de nuestro futuro.
Hoy vamos por derechos verdes.
Las condiciones de daño ambiental son preocupantes y México no es la excepción en este ramo. Es el momento oportuno para socializar estas nuevas concepciones jurídicas. Es el momento de educarnos en una esfera distinta pero que garantiza un futuro para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Hablemos, alcemos la voz y exijamos, demandemos pero también apliquemos, hoy ya tenemos un derecho universal que nos avala. Aún tenemos un futuro prometedor.