La violencia en todas sus manifestaciones está a punto de ser la característica del presente siglo. Cualquier medio de comunicación físico o virtual, formal o no, que uno despliegue en cualquier momento, es pagina roja. Violencia política, deportiva, social, familiar. Crímenes, asaltos, robos maquinados, fraudes, prófugos, acoso, suplantación de personalidad, agio, amenazas, golpes, manipulación, engaño, secuestro. Ricos contra pobres, poderosos contra desamparados, crédulos contra incrédulos, grandes contra chicos, hombres contra mujeres y mujeres contra hombres, igual que en todo, todos contra todos.
La violencia se ha extendido y permeado en sectores y estratos sociales inimaginables. Entre muchos otros, uno de los factores que la ha alentado es el uso del lenguaje, la pobreza del vocabulario usado, la irrestricta y falta de pudor en la forma de hablar, de escribir, de comunicar, es decir, a la violencia física le antecede la violencia verbal. Actualmente el ejemplo más patente y patético qué hay en México es el del ya famoso “Alito”, conocido por decir tantas leperadas de corrido, al hilo, palabras soeces que muestran el desprecio hacia cualquier tipo de ser humano que le rodea, le sale tan fácil que en él, parece ser su naturaleza, pero ésta forma de referirse a otras personas comenzó a ganar terreno apenas hace un par de décadas. Tutear fue un primer paso. Hablarse de usted propiciaba distancia, evidenciaba respeto entre los interlocutores, les ubicaba en el mismo nivel. El legendario torero Juan Belmonte relató que siendo muchacho él y un grupo de “torerillos” corrieron perseguidos por un hombre valentón dueño de una lancha que ellos le robaban por horas y que al alcanzarlo, poniéndole la pistola en el pecho lo encaró: ¡Tú eres también de los granujas que me roban la lancha! Belmonte apartó la pistola de si y le miró fijamente diciendo: ¿Y usted de que me conoce a mí para tutearme? Tratándole de usted, el joven torero supo detener un enfrentamiento.
Las palabras tienen peso, ya se sabe que curan, que renuevan vidas y destinos, y que de la misma manera las enferman, las cercenan. Y aún a sabiendas de ese enorme e inconmensurable poder, se usan como herramienta de violencia y cuando con ellas se rompe la compuerta del respeto salen en desbandada todas las emociones, ambiciones, odios y amores, rencores y agravios y hasta ociosidades contenidas y si la civilidad no pudo contener las palabras, moderarlas, darles valor, tampoco detendrá los exabruptos, que, tratándose de personas con cualquier tipo de poder pueden desembocar en acciones injustas, como despedir a sus empleados o al objeto de su enojo cerrarle posibilidades de crecimiento y según la magnitud de la verborrea vertida, la que les exhibió tal como es, puede hasta buscar venganza. Lo mismo pasa en las relaciones de pareja mal avenidas, entre padres e hijos y en general en todas las interrelaciones humanas, en las que se pasa de “romper el turrón” al “arráncame la vida” y que del intercambio de palabras, se pasa a los insultos, a las “alitopalabrotas”, hasta que el agravio sólo puede saldarse de la forma más primitiva, infringiendo dolor donde más lo sienta, en los hijos, en los padres, desfigurándole el rostro o el alma o terminando con la vida.
El tipo de violencia social que va en aumento se manifiesta cientos de veces al día, entre automovilistas, peatones, comerciantes, escolares, vecinos o simplemente gente que por quítame esas pajas se insulta y agrede y por común que se ha vuelto, mucho se discute su origen o patrocinador o si proviene de las telenovelas de capos, de los videojuegos, de la poca importancia que se le da a la vida, por no creer en Dios, abandonar las prácticas religiosas y la creencia en el infierno, por lo mal escrito de los libros de texto, porque las escuelas son inclusivas, porque se juraron estar juntos hasta que la muerte los separe y ya no aguantan, la violencia social y la doméstica inician cuando se desprecia el rumbo que tomarán las palabras dichas y que por eso mismo, ya no tienen remedio.
Para niños y jóvenes, en las escuelas al enseñar español o el encanto de la literatura se debe enseñar el poder de la palabra bien dicha, del silencio oportuno y de la que pueda poner un hasta aquí a tiempo. Quienes son reconocidos como articulistas, comunicadores, artistas de cualquier giro o personas públicas, ojalá tuvieran un recurso para llamar la atención, que supla al muy trillado de decir una majadería, porque acorrientan el medio de comunicación o foro que les da cabida y validan la vulgaridad ante su público.
En el camino hacia la búsqueda del hoyo negro dónde se incuba la violencia se encuentra la falta de respeto, el exceso de ofensas, la violencia verbal y sobre todo, está y es un excelente recurso, ejercer la libertad que da la libertad de concluir mediante palabras, cualquier tipo de relación sentimental o laboral, incluso familiar, para evitar daños psicológicos y otros irreparables como lesiones, cárcel, muerte. Al tiempo.