Al hecho de permitir a los jornaleros recoger los frutos del campo que quedan en el suelo después de la cosecha se le llama “rebusca”, igual que se tolera a los estibadores recoger lo que se cae en las descargas o a los pescadores se les deja pescar “por su cuenta” una vez que han concluido su jornada o meta laboral. Esta costumbre milenaria, cuyo origen data de la Ley Mosaica o de Moisés, no se ha perdido y hasta ha extendido su campo de acción. Muchos patrones pagan el mínimo posible pero dejan que sus empleados se lleven “algo”, algo que no sea dinero constante y sonante, algo que ellos descontarán como pérdidas una vez facturadas. Los que venden telas se hacen de la vista gorda con los retazos, los carniceros con los pellejos y huesos, quienes tienen oficina, con el papel, las plumas y los engargolados para la escuela de los niños; la rebusca más común es la aplicada a las sirvientas o ayudantes domésticas, a quienes para que “completen”, les dan ropa o trastes usados, comida sobrante o la ganancia derivada de la venta de periódicos viejos que “deje el señor”, cartón o botellas. Este tipo de compensaciones en especie es común aún en empresas e industrias y no por ello deja de ser abuso y un principio de corrupción.
“Ponme donde hay” es la forma de “rebusca” más socorrida en la burocracia. El que lo permite es porque puede y obtendrá ganancias directas e indirectas sin ensuciarse las manos. Casos hay miles, muchas fortunas se hicieron así, dejando hacer, volteando para otro lado mientras su brazo derecho o más bien el brazo siniestro, actuaba, aparentemente por su cuenta.
Por estos días, la responsable del SAT, Raquel Buenrostro, dio a conocer que algunos funcionarios de esa dependencia, pese a tener doctorados, aceptaban sueldos de ocho mil pesos mensuales porque su “rebusca” era recolectar información interna para proporcionárselas a “prestigiados” despachos de abogados al servicio de grandes empresas; información que filtraban, retenían o alteraban expedientes que permitían a los abogados prolongar indefinidamente el caso, mientras seguían, también indefinidamente cobrando a sus clientes o hacían que el SAT perdiera el caso en los tribunales.
Otra red de corrupción se está destapando en Segalmex, ( seguridad alimentaria) que agrupa a Diconsa y Liconsa, deshonestidad que ha abarcado a los tres organismos encargados de garantizar la producción y abasto de productos alimenticios de primera necesidad para la población más vulnerable –leche, maíz, frijol, arroz, trigo– y que además se ocupan de fijar precios de garantía para pequeños productores agrícolas y agropecuarios del país; es decir “la iglesia en manos de Lutero”,
En Segalmex, Diconsa y Liconsa los corruptos se despacharon a su antojo simulando pagar por adelantado decenas de millones de pesos a transportistas, supuestos productores o centros de almacenamiento que no prestaron los servicios. Escudándose en la figura de un outsourcing, al menos en la ciudad de Mexico pagaban 300 plazas con salarios de entre 40 mil y 100 mil pesos mensuales, cuyos ocupantes supuestamente cumplían sus funciones a distancia. Esto y mucho más, cómo crear empresas “fachada”, jinetear el dinero en casas de bolsa, compra de certificados bursátiles con recursos públicos, ha derivado hasta ahora en desfalcos que ascienden en: Liconsa, a mil 943 millones de pesos; en Diconsa, a mil 827 y en Segalmex, a 9 mil 37 millones de pesos en números cerrados. Este caso es extremadamente grave por afectar directamente al bolsillo y nutrición de la mayoría de mexicanos, porque precisamente la escasez, encarecimiento y consecuente inflación de los alimentos básicos que el tendero o comerciante y hasta la marchanta que despacha sentada en el piso, atribuyen al frío, al calor, al exceso o falta de lluvia, es producto del latrocinio, de dejar hacer a unos y estos a otros y así hasta que la hiedra de la corrupción se vuelve incontrolable.
Al final, aquello de: “tú haces como que me pagas y yo hago como que trabajo” es una excusa para entrarle a la “rebusca”. Las consecuencias Al tiempo.