A partir de la fallida idea de una política exterior sometida a la eficacia de una política interior, es como este gobierno se tropieza en cada esquina.
Y si a eso se agrega la temerosa aversión presidencial de abandonar el rancho porque fuera del solar nativo, como si no se hallara.
Candil apagado de la calle –cuya mayor audacia internacional ha sido promover la siembra de matitas en Guatemala o El Salvador—se goza en la oscuridad de la casa, donde sin embargo puede hacer y deshacer; decir y desdecirse, bandear como si fuera piragua en mar revuelto, y nada sucede. Sus corifeos, sus adeptos, devotos y clientes electorales sometidos a la gratitud gástrica de las insuficientes pensiones, todo se lo perdonan, y sobre todo él mismo, gozoso en la persistente autoindulgencia de cada mañana se contempla en el espejo de su gratificación.
Todo sale bien. No se trata de concursos de urbanidad; tampoco se debe prestar atención a los resultados; es mejor atenerse a la bondad de las intenciones y a la audacia de las conductas de cerca brincada. Como en el Salón Oval. Nada en concreto, como no haya sido comprar leche pulverizada y fertilizantes para garantizar nuestra “autosuficiencia”.
Pero cuando todo eso estaba fresco, apareció casualmente la mano punitiva de la DEA en México. Y con ella la parca para catorce marinos asesinados en la zona del operativo para recapturar a un individuo liberado por nuestro siempre fallido sistema judicial.
–¿A quién le interesaba capturar al narcotraficante Rafael Caro Quintero?
–A nadie. La DEA quería capturar al homicida Caro Quintero quien asesinó (u ordenó el asesinato) de un espía de los suyos. Kiki Camarena, albísima paloma entre los blancos pichones.
Eso justifica la declaración de Anne Milgram, cabeza de la institución desde 2021:
“Nuestro increíble equipo en México trabajó en conjunto con las autoridades mexicanas para capturar y arrestar a Caro Quintero, acusado en EE. UU. de torturar y asesinar al agente especial Kiki Camarena… por más de 30 años, hombres y mujeres de la DEA han trabajado sin descanso para llevar a Caro Quintero ante la justicia”.
Esta declaración es absolutamente absurda.
¿Cómo la DEA trabajó treinta años en México para capturar a Caro Quintero si este personaje estaba preso?
Caro Quintero salió de la prisión hace 9 años. Había estado enjaulado en los años durante los cuales la DEA aparentemente lo buscaba.
Y no ha de ser tan increíble ese equipo, salvo por la lentitud. Si se tardaron nueve años en capturarlo (durante ese lapso una reportera –Anabel Hernández–, les pasó bajo las narices y entrevistó a placer a Caro). A Osama Bin Laden lo prendieron en diez. Y por ambos ofrecían la misma cantidad de dinero en recompensa por el soplo o el chivatazo.
Ese montón de dinero se lo deberían entregar a “Max” para comprarse todas las croquetas del mundo. Un sabueso de largas orejas hizo lo imposible para tanto gringo espía durante tres décadas.
Y por si eso fuera poco, debemos memorizar esta advertencia del procurador estadounidense, quien nos ha dicho, no hay lugar donde pueda esconderse quien agreda a sus muchachos.
“Ha sido –dijo– Merrick Garland, fiscal general de los EU, “la culminación de un trabajo incansable de la DEA y de sus socios mexicanos… No hay escondite posible para quien secuestre, torture y asesine a un agente estadounidense…”
Pero el gozo de la DEA es del tamaño de las contradicciones del gobierno mexicano cuya relación, aparentemente, se había deteriorado desde las acusaciones contra el general Salvador Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional, quien inocente o culpable, se pasó sus largos días preso en aquel país.
Sin embargo el gobierno de México incurrió una vez más en lo mismo: En el combate a los narcos, EU pone los helicópteros y nosotros los muertos.