“Robar libros no es un delito”, defendía un osado escritor chileno. Roberto Bolaño Ávalos, nacido en 1953, fumaba como un carretero y de joven seguramente robaba libros. Pero también los escribía. Los detectives salvajes, 2666, Nocturno de Chile o Estrella distante son algunos de las novelas más destacadas de un hombre que, a pesar de asaltar la fama con la narrativa, también publicaba cuentos y poesía. Y, en menor medida, columnas, artículos y reseñas. La maravillosa obra de Bolaño podría haber sido más extensa si no hubiera muerto prematuramente a causa de una enfermedad hepática degenerativa. Quién sabe con qué hubiera deleitado al mundo más allá de los 50 años, la edad con la que murió en el Hospital Vall d’Hebron a las 2:30 de la madrugada de un día como hoy, 15 de julio, pero de hace 19 veranos.
El Bolaño salvaje
La juventud, el amor, la muerte, el sexo, la pobreza, el exilio… Bolaño, con un estilo propio, abarcó todos estos temas a lo largo de sus obras, en las que retrató las innumerables miserias que aguarda la vida. Cuando todavía era un adolescente se trasladó con su familia a Ciudad de México, donde conoció al poeta Mario Santiago Papasquiaro, junto a quien fundó en la década de los 70 el infrarrealismo, un movimiento que quería “volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”, según definía el artista Roberto Matta. Bolaño y Mario Santiago querían regenerar la literatura posicionándose al margen de las convenciones sociales, del mismo modo que Arturo Belano y Ulises Lima, sus dos respectivos trasuntos y protagonistas de Los detectives salvajes (Anagrama, 1998), una excelente novela que le valió al chileno para ganar los premios Herralde y Rómulo Gallegos.
Los detectives salvajes, la obra que le catapultó a la fama, es un híbrido entre la autobiografía, la ficción detectivesca y la crónica periodística. A lo largo de más de 600 páginas, el latinoamericano retrata las penalidades de los jóvenes poetas fundadores del realismo visceral, nombre ficticio del infrarrealismo. Bolaño en el primer manifiesto del movimiento escribió: “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos”. Y así lo hacen los protagonistas de una novela ambientada sobre todo en la capital de México, pero también en Barcelona, Francia, Israel, Nicaragua, África e innumerables lugares en los que Belano y Lima sufrieron penurias económicas, viviendo en un estado de casi indigencia, condenados eternamente al fracaso. Bolaño convierte el éxito en utopía, como si cualquier esfuerzo fuera insuficiente para conseguir el éxito literario. “Es una alegoría del destino humano”, comentaba Enrique Vila-Matas sobre la novela.
2666
Ciudad de México y los desiertos de Sonora fueron ambientes a través de los cuales el chileno construyó dos de sus mejores libros: Los detectives salvajes y 2666. Tal y como dilucidó el escritor Juan Villoro, “El México nocturno, el México de las calles, del habla cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico y el humor le cautivaron”. Y del mismo modo que el novelista americano Cormac McCarthy, Bolaño también retrató la aridez y la violencia en la frontera con Estados Unidos. Ciudad Juárez, bajo el nombre de Santa Teresa, se destapa como un lugar macabro, donde se asesinan centenares de mujeres y no se encuentran culpables, en 2666 (Anagrama, 2004), publicada póstumamente.
2666, considerada en 2019 la mejor novela del siglo XXI por El País, es una obra dividida en 5 partes, relacionadas entre sí, que tenía como objetivo garantizar la supervivencia económica de su familia más allá de su muerte. A pesar de que Bolaño indicó que dichas partes se publicaran por separado, su amigo y crítico Ignacio Echevarría, su editor en Anagrama, Jorge Herralde, y su familia decidieron publicarla íntegramente. El resultado de la decisión fue una obra maestra que combina horror y humor. Unos críticos literarios en busca de su ídolo, un periodista político-social enviado a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo, un exsoldado alemán que se convierte en escritor… Miles de historias se entrelazan en esta novela cuyo epígrafe, del poeta Charles Baudelaire, sintetiza los relatos que se avecinan: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.
Vida en Cataluña
Roberto Bolaño, que volvió a su Chile natal en 1973 para apoyar las reformas sociales del presidente Salvador Allende, vivió in situ los terribles sucesos que se desencadenaron a partir del golpe militar, motivo que le obligó a regresar poco tiempo después a México. Cuatro años más tarde, en el ’77, se mudó a Barcelona y, del mismo modo que su alter ego, Belano, padeció dificultades económicas y trabajó en múltiples oficios: lavaplatos, vigilante de camping, camarero… Mientras tanto, continuaba creando poesía con el deseo de que fuera su principal fuente de ingresos. Porque ya lo decía Gabriel García Márquez, «un buen escritor seguirá escribiendo aun con los zapatos rotos, y aunque sus libros no se vendan». En los 80 abandonó la Ciudad Condal, donde se le recuerda con una placa conmemorativa en el número 45 de la calle Tallers, lugar en el que fijó su residencia, para trasladarse a Girona. Finalmente, en 1985 se marcharía a Blanes, el pueblo costero en el que se acomodó junto a su esposa, Carolina López, con quien tuvo sus dos hijos, Lautaro y Alexandra. Bolaño, que hasta entonces escribía principalmente poesía, apostó por la narrativa por razones económicas.
Y empezó a publicar novelas sin descanso: La pista de hielo, La literatura nazi en América, Estrella distante, Los detectives salvajes, Amuleto, Nocturno de Chile, Amberes y Una novelita lumpen. Todas ellas, publicadas entre 1993 y 2002, se sumaron a Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), escrita junto a Antoni García Porta, y La senda de los elefantes (1984), que en 1999 se reeditaría como Monsieur Pain. Póstumamente, se han publicado 2666, El Tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía, El espíritu de la ciencia-ficción y Sepulcros de vaqueros. Este último, en 2017, 14 años después de su muerte. Y tal vez sigan llegando más. “Ojalá el arcón de Roberto Bolaño nunca se cierre”, pregona el crítico literario Christopher Domínguez Michael en el prólogo de El espíritu de la ciencia-ficción.
El chileno, que también publicó poemarios, como Los perros románticos y Tres, y libros de cuentos, como Llamadas telefónicas y Putas asesinas, jamás ha tenido escrúpulos a la hora de escribir sobre temas tabú, retratando la vida de sus personajes sin matices, sin ningún tipo de maquillaje que adorne la sordidez. Bolaño describía la ficción de la misma manera que explicaba la realidad. «La literatura es un oficio bastante miserable, a mi modo de ver, con gente que está convencida de que es un oficio magnífico», creía un genio que frecuentaba los bares de Ciudad de México y se bañaba en las playas de Girona.
En la última entrevista que concedió Bolaño, ciudadano de Chile, México y España, le preguntaron sobre su patria. “Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria”, reflexionaba. Su luz se apagó hace ya 18 años, pero su legado se mantiene vivo, pues la obra del chileno sirve de influencia e inspiración para muchos otros autores. Siempre será aconsejable, e incluso terapéutico, comprar libros de Bolaño. O robarlos. Qué más da.