El presidente Andrés Manuel López Obrador le debió haber hecho caso a su viejo instinto y patear para adelante la invitación del presidente Joe Biden hace casi un mes para visitarlo en la Casa Blanca. Aquella iniciativa Biden fue un control de daños por el boicot del mexicano a la Cumbre de las Américas, pero lo que nadie parece haberle advertido a López Obrador es que se lo iban a cobrar. La visita fue terrible de principio a fin. A López Obrador le dieron un trato de segunda, no como principal socio comercial de Estados Unidos, y lo maltrataron. No parece haberse dado cuenta el presidente mexicano de las señales de disgusto, y contribuyó con errores profundos en sus mensajes.
López Obrador fue políticamente degradado. No fue Biden con quien tuvo la conversación sustantiva, sino con la vicepresidenta Kamala Harris. No hubo nuevos acuerdos significativos, sino proyectos que se venían trabajando con gobiernos anteriores. No hubo mensajes desde el Jardín de las Rosas, sino sentados en la Oficina Oval, que protocolariamente es una reducción de la calidad de la visita. No hubo comida con empresarios de los dos países, sino un encuentro este miércoles con los ejecutivos de compañías de ambos países sin la presencia de Biden. Todo el tiempo le restregó estadounidense en la cara a López Obrador la Cumbre de las Américas. Y aunque lo invitó a la Casa Blanca, lo hizo el día en que menos tiempo tenía para él, horas antes de que partiera a un viaje de alto valor estratégico a Israel y Arabia Saudita.
López Obrador no leyó, ni antes ni después, los símbolos de esta visita, cayendo en una especie de trampa donde contribuyeron quienes negociaron la agenda y el formato por la parte mexicana -encabezados por el canciller Marcelo Ebrard y el embajador en Washington, Esteban Moctezuma-, que descuidaron la alta investidura de López Obrador y lo dejaron vulnerable. El presidente no tuvo realmente agenda, y tras las pláticas con Biden y Harris ya no tenía nada qué hacer. No habló con ninguna organización mexicana o hispana, ni con ningún legislador. Se limitó a visitar los monumentos de Franklin Delano Roosevelt y de Martin Luther King.
El mal trabajo preparatorio realizado por los mexicanos fue parte del maltrato a López Obrador. No se definió si era una visita oficial -como tuvo su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller con Jill Biden-, de trabajo -que no está claro porque no hubo reuniones con comitivas ampliadas- o de qué tipo fue. La propia cancillería mexicana redujo la exposición de López Obrador, que de sí poco importó en Washington.
El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, criticado por su cercanía a López Obrador, fue ignorado completamente en la preparación del viaje por la parte estadounidense. En el briefing de la Casa Blanca en la víspera, la información sobre la visita fue absolutamente irrelevante. De ocho mil 750 palabras en la transcripción del briefing, sólo 94 se refirieron al viaje del presidente, cuyo deslavado interés por él no mereció ni una sola pregunta.
La reunión menos superficial que tuvo López Obrador fue la que sostuvo con la vicepresidenta Harris, que lo invitó junto con su pequeña comitiva a un desayuno de trabajo en su casa. Ahí, por lo que se informó públicamente, tampoco se llegó a nada. El comunicado de la oficina de Harris sobre el encuentro no tuvo nada distinto a lo informado muchas veces antes, el “trabajo conjunto” para atacar las raíces de la migración centroamericana, aunque fue notorio que ya se excluyó de la retórica los programas Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro. Hablaron sobre la necesidad de coinversiones con el sector privado en el sur de México y, como lo han venido haciendo por meses, “acordaron explorar una mayor cooperación”. O sea, nada de nada.
Con Biden no le fue mejor. Quizás se puede decir que peor. López Obrador le quiso dar una lección de historia norteamericana al hablar de Franklin Delano Roosevelt, y presionarlo para que no le haga caso a los “conservadores” y acelere una reforma migratoria. Biden, que a lo largo del soliloquio de media hora de López Obrador parecía sonreir y contener los bostezos, lo corrigió sobre el perfil político en su país, y le dijo que había que tener paciencia. López Obrador le habló de visas agrícolas, y Biden le dijo que eso lo habían acordado en la Cumbre de las Américas. López Obrador se refirió a China como la “fábrica del mundo”, al hacer un alegato sobre lo falso de la globalización, y Biden lo desmintió. Estados Unidos produce más, puntualizó.
López Obrador había dicho que iba a presentarle a Biden un plan para contener conjuntamente la inflación, pero a la hora de la verdad, no propuso nada. Sin embargo, se sacó de la manga una monumental ocurrencia: duplicar los inventarios de gasolina en la frontera de México con Estados Unidos, ¡para que los estadounidenses se crucen a comprar gasolina a México! López Obrador parece creer que nadie se ha dado cuenta que los precios de gasolina en este país, que son menores que en Estados Unidos, obedecen a una política de subsidio que está deshidratando las finanzas nacionales.
El Programa Bracero que propuso, recordando el que instauró Roosevelt cuando requerían mano de obra agrícola, lo ignoraron. La cancelación de aranceles para alimentos, tampoco tuvo eco. Su plan para inversiones pública y privada para producir bienes y fortalecer el mercado, fue desmantelado cuando Biden refutó sus afirmaciones, producto de la mala información en su cabeza. Hay que actuar con arrojo, le dijo a Biden a los ojos, transformar y no mantener el status quo. El jefe de la Casa Blanca sólo sonreía. Para lo que logró el presidente en Washington, era mejor que no hubiera ido. Regresará con las manos vacías, y evidenciado porque pese al lenguaje diplomático, no se pudieron ocultar las diferencias que lo hace tan distante de Biden.
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