Llegué a San Felipe del Progreso una población del norte del Estado de México, ilusionada solamente por la posibilidad de trabajar en una comunidad indígena. No tenía idea de lo que era la interculturalidad. Entendí la palabra sólo por su composición léxica pero no como concepto, sin embargo me pareció atractivo un concepto nuevo en construcción. Gracias a la Sociología podía entender que había algo interesante en la construcción de conceptos sociales. No es así de fácil como se cree, que la interculturalidad ha existido siempre, y que se puede llevar a cabo de manera expedita en la interacción social, es una falacia común.
De algún modo siempre hemos tenido, como sociedad y parte de ella, relaciones con otras culturas y más ahora en que el mundo globalizado está tan interconectado. Hoy sí creo que las relaciones entre culturas se dan de manera fácil pero lograr vernos interculturalmente no.
Todos los conceptos que involucran a la interculturalidad no siempre ha sido posible su práctica en la Historia de la humanidad y de nuestro país: respeto, tolerancia, inclusión, respeto a la diversidad cultural, lingüística, sexual, etcétera y otros más; todo eso tiene que ver con la interculturalidad que trata y pretende lograr el modelo educativo que interconecta las asignaturas de los planes de estudio de las Universidades Interculturales (UIs), creadas por iniciativa federal en 2001, a través de la Coordinación General de Educación Intercultural y Bilingüe (CGEIB). Los gobiernos estatales fueron invitados a participar y lo han hecho activamente desde hace 19 años, en que inició sus funciones la Intercultural del Estado de México, primera en su tipo en México.
El camino de la Universidad Intercultural del Estado de México (UIEM) no ha sido fácil, como todo lo que se inicia y es bueno. Encontrar profesores que entendiesen la idea que ya se había gestado tiempo atrás en los reclamos de los grupos y movimientos indígenas de 20 y 10 años antes, como el Movimiento Mazahua encabezado por Julio Garduño Cervantes y en las peticiones del EZLN en las pláticas de San Andrés Larráinzar, no fue tarea fácil. Pero la autoría del modelo educativo tenía al fin una respuesta en la creación de la UIEM, en diciembre de 2003 y los primeros profesores también tuvieron que ser reeducados en la idea de la interculturalidad desde la educación universitaria y el contexto de las culturas indígenas del Estado de México.
Luego los debates fueron por el lugar donde debía establecerse la institución. Fue San Felipe del Progreso, donde se encontró el lugar idóneo para atraer a una población de jóvenes que se quedaban sin educación superior por falta de recursos para acudir a universidades más lejanas, como a Toluca, la capital del estado. Otro problema fue, el sitio donde habría de construirse el campus de la universidad. Tenía unos terrenos asignados en un lugar impropio, por no decir insalubre. El tiempo corría y el edificio era sólo una maqueta que aún puede verse en la entrada del edificio Quetzalcóatl. Comuneros de la región donaron los terrenos en los que se encuentra hoy la UIEM. Gracias a ellos, se pudo acceder al presupuesto estatal y federal que se asignaría a la Intercultural, pues sin predio donde construir, el presupuesto no podría ejercerse.
Después de interminables debates con el CAPFCE por el diseño de los edificios en los que se incluirían simbolismos cosmogónicos mesoamericanos, por fin se entregó el hermoso edificio Quetzalcóatl, pero no había energía eléctrica, entonces cabíamos todos en un solo edificio. Pero no podíamos acceder a la Internet. ¿Reclamo? Ninguno. Roma no se hizo en un día. Programas de cada asignatura, Plan de estudios de cada licenciatura, aprobación y autorización de la Dirección de Profesiones, Créditos de cada asignatura, Reglamentos, Misión, Visión y Objetivos; todo estaba por hacerse y sigue haciéndose.
Críticas al modelo ha habido muchas y no sé qué guía esas críticas pues se han dado generalmente desde fuera y por gente que no ha trabajado aquí. No falta quien sintiéndose frustrado después de haber sido profesor despotrica contra la institución y hasta confunde las siglas y los términos en que se da el trabajo en la institución, lo que en sí mismo denota ignorancia y maledicencia ante un proyecto que tiene como noble objetivo coadyuvar al desarrollo de las comunidades que ahora tienen mejoras visibles en el entorno que, de no ser por la Universidad no se habrían logrado.
La UIEM suma ya cientos de egresados titulados que han continuado su formación en posgrados de excelencia y en el extranjero, que se han integrado a trabajos dignos en el contexto educativo y bilingüe del Estado de México, que trabajan con sus familias en proyectos productivos agrícolas certificados en sus propias milpas.
Pese a sus éxitos que están a la vista, no se le ha respetado como una institución a la que han llegado en múltiples ocasiones sólo para ver sus carencias que traducen en defectos, para señalarle como un modelo que por incluyente da cabida a jóvenes que no pueden cumplir algunas competencias que, cabe señalar, no son responsabilidad de la UIEM sino del sistema educativo nacional, como los hábitos de lectura que es una falta nacional; la UIEM ha bregado a contramano en contextos en los que han faltado desde siempre libros, bibliotecas y recientemente, conectividad; en los que, la diversidad cultural es apenas percibida por amplios estratos sociales como parte de la riqueza de México, sectores sociales en los que sobreviven los prejuicios raciales, sociales, culturales e históricos.
La filosofía de las Universidades Interculturales se ha nutrido en su origen, de las mejores cualidades de las cosmovisiones de las culturas originarias, el humanismo de occidente y las pedagogías latinoamericanas; no obstante siempre ha estado abierta la posibilidad histórica de transformarse conforme las necesidades sociales requieren la adecuación de sus programas educativos.
Las interculturales pésele a quien le pese, se han convertido, al paso del tiempo, en espacios de una cultura de paz como la nombra David Adams, espacios donde conviven las mejores manifestaciones de nuestras culturas sin menoscabo una de otra, donde el saber de los pueblos que nos alimentan es respetado por los científicos, porque han detonado desarrollo en las comunidades indígenas, un desarrollo que ha puesto la esperanza de muchas familias como nunca antes, porque la formación de los jóvenes les aleja al mismo tiempo de la ignorancia como de la delincuencia y todo lo que eso implica y eso, en estos tiempos es lo más importante.
He defendido este proyecto con uñas y lengua, como he defendido la educación pública, como defiendo lo que es justo y las Universidades Interculturales son representantes de la justa política educativa que se les debía a los pueblos originarios; lo defiendo con pasión y exigencia porque los jóvenes permanezcan pese a sus carencias y logren un título para que vayan al mundo real armados contra el racismo, la pobreza, la delincuencia, contra la violencia, como es ambición de todos.