Mientras los días pasan y escribo sobre el acoso laboral en una secuencia sobre la violencia que nos muerde en todos los ámbitos de la vida en este mundo, cada día y cada hora más ensangrentadas, se llenan con los números de ejecuciones, asesinatos, masacres por no hablar de las guerras que se declaran diariamente. Hace unos cuantos días, la masacre de Uvalde. Texas en una escuela de educación básica, es una de las más conmovedoras y la circulación de un video en el que un niño que apenas levanta un metro de estatura conversa con uno de sus profesores sobre lo que quiere ser cuando sea grande y revela para nuestro estupor, que quiere ser asesino, murderer, un criminal, un chiquitín que ni siquiera sabe el significado de las palabras, de su discurso. El sentimiento ante el contenido del video es literalmente de horror. Las reacciones de rechazo y comentarios de padres y maestros dan cuenta del miedo y temor que nos produce la violencia y la muerte, sin embargo, poco o casi nada se hace por cambiar el mundo real en donde las armas circulan, en algunos países con aprobación expedita a los mayores de 18 años que paradójicamente no pueden comprar una cerveza, como es la condición legal en Estados Unidos.
Al mismo tiempo…cada día hay sangre nueva en el ambiente…Hace casi treinta años estuve en la Sierra Tarahumara, me sumé a la ayuda humanitaria que los jesuitas han hecho en sus misiones; estuve en el hospital que ellos sostienen en Creel, Chihuahua y seguí hasta las inmediaciones de Cerocahui, hoy escenario de otro artero asesinato. Hoy dos jesuitas ancianos sacrificados por su enemigo, por el demonio, la violencia que desde siempre ha estado presente en aquellos bosques, en aquellas montañas, barrancas y cañones, de una belleza que contrasta con el horror y el miedo que se respira desde que desciendes del tren Chihuahua al Pacífico. Doy testimonio de la obra de los jesuitas que se han ocupado de alimentar y atender a una etnia en vías de extinguirse acosada desde hace siglos, antes por los intereses de los capitalistas nacionales y extranjeros, explotadores que se apropiaron de sus bosques, ahora, a merced del crimen organizado. Vivir allá es duro; es un lugar donde todo es frío y nada crece, más que los pinos y esos no son comestibles. Los rarámuri que pueden, se vienen a las ciudades como Chihuahua o Ciudad Juárez y allá hay otras formas violentas de sobrevivir: las familias tarahumaras comercian el cuerpo de las niñas en las calles, ante los ojos indiferentes de la sociedad y el gobierno chihuahuenses. ¡Qué tierra la mía; siempre dando de qué hablar! Ahora me une el duelo por esos maestros de la solidaridad, la Compañía de Jesús, que han acompañado a los rarámuri desde el siglo XVII en que fundaron sus misiones en donde nadie podía entrar. Hoy, como siempre, una pregunta sin respuesta: ¿Qué es esto?
El sentido comunitario en el trabajo, aquellas ideas de solidaridad mutual de los sindicatos de siglo XIX y XX, han desparecido prácticamente del ambiente laboral. La competencia feroz que se da entre trabajadores ha alcanzado los límites brincando hacia el mobbing o acoso laboral, una de las tantas modalidades que ha tomado la violencia y al mismo tiempo, esta forma de estrés tiene diversas manifestaciones en el trabajo.
No sólo se han tipificado diversas formas de violencia; la violencia intrafamiliar, tan frecuente en nuestro país sino el mobbing o acoso laboral cuyas modalidades van del horizontal y el vertical descendente y ascendente. Esto es llamado así por las jerarquías que permiten una relación de poder. Este tipo de violencia se encuentra en auge en muchas empresas e instituciones alrededor del mundo. El empoderamiento alcanzado por los trabajadores y especialmente por las mujeres adheridas a movimientos feministas ha rebasado todo límite con el único propósito de encontrar formas de venganza personal imputándole sobre todo a los hombres conductas impropias que en muchos casos han resultado en infundios, mal intencionados y sin sustento y evidencias.
He sabido del caso de un doctor en arquitectura que a punto de jubilarse en una universidad del centro de México se jugó un volado en contra de la institución en un careo, con una joven alumna que lo acusaba de haberla acosado sexualmente, si sostenía sus argumentos de víctima del profesor. Estas acusaciones son ahora frecuentes en los trabajos donde se quiere sacar a algún compañero de la competencia laboral, sobre todo en las universidades donde abundan las y los jóvenes con toda una serie de argumentaciones en contra de las notas académicas desfavorables o reprobatorias.
Hace algunos años se publicó en Francia un estudio sociológico sobre la pertinencia de los piropos y halagos hacia las mujeres en respuesta a la postura de un grupo de mujeres que han condenado estas formas culturales ancestrales que fueron preámbulo de las relaciones amorosas. Hoy, al parecer, muchas mujeres no quieren más ser seducidas, con los rituales acostumbrados. La creatividad debería estar a la orden del día en este rubro. No más piropos, no más adulaciones. ¿Cómo puede aproximarse alguien a su objeto de deseo? No lo sé. En estos días, eso puede ser motivo de una acusación penal que puede significar su detención judicial y el fin de su carrera profesional.
Detrás y en el fondo del mobbing está el dumping laboral, esa competencia desleal a la que obliga el capitalismo feroz y despiadado que no puede cumplir con los sueños de todos; ese mismo proceso que somete las ambiciones de todos a perseguir la imaginaria zanahoria sin alcanzarla y si la alcanzas pagarás las consecuencias. Esto me recuerda el epígrafe con que comienza la gran novela de Mario Puzo; “Detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen”. Este gran desarrollo tendría finalmente una contraparte que no nos atrevemos a mirar: esta gran violencia, esta gran deshumanización, esta gran ignorancia precursora de la barbarie como diagnosticara don Umberto Eco. Este mismo capitalismo cada vez más desacreditado que no tiene una contraparte aceptable, también, plagada de defectos, mentiras, purgas y estrangulamiento de la libertad. De todo y más, quisiéramos olvidarnos.