Pues vea usted, me dijo un amante de la literatura policiaca, después de leer “La forma del agua” de Andrea Camilleri con una más de las pesquisas del inspector Montalbano: la realidad, es como el agua; no tienen forma, se conforman al volumen del recipiente en el cual se contienen (Gorostiza), no tienen dimensiones propias, el líquido es amorfo, como la verdad, o como la mentira; por eso y con harta frecuencia en la política, el discurso se acomoda al entorno o mejor dicho al contorno de la oportunidad en cuyo momento haya sido pronunciado, por eso los profesionales del engaño, pues los políticos son eso, prestidigitadores impenitentes y constantes frente a los ojos del público, a quien hoy le dicen una cosa y mañana la contraria, sin siquiera arquear las cejas o mover las pestañas, pues hoy esto es así, pero mañana es asado y después pues quien sabe cómo convenga, y eso lo vemos ahora con los aspirantes de Morena a la candidatura presidencial del Movimiento, cuyo significado verdadero es el movimiento afirmativo del dedito tabasqueño de AMLO, dueño y señor del partido, quien tiene todos los poderes y toda la autoridad para hacer cuanto a su deseo convenga o a su conveniencia respalde, pues como pocos en este país, ha comprendido la naturaleza del poder: simplemente poder, porque para eso es, esa es su naturaleza, utilidad y provecho; no para buscar explicaciones a la impotencia, para eso están los derrotados, electoral ,política o –como, él dice– moralmente lo cual, es una verdadera llamada al absurdo, porque donde hay política no hay moral y viceversa, pero lo importante en este momento es reflexionar sobre un enigma ante cuya profundidad, ni siquiera los maestros del sin sentido podrían competir, y me refiero a la pluralidad de las cosas, a su repetición, porque baste y sobre con recordar aquel gracejo palabrero de Andrés Manuel quien dijo ser el gran destapador, de esa variedad contemporánea y cuatro teísta del “tapado”; es decir, el candidato protegido bajo el capelo de la discreción para evitarle metralla prematura, a quienes ahora se les llama “corcholatas”, pues son tapitas de latón con las cuales se cierran las botellas y así quien las puede retirar del envase es el Gran Destapador, lo cual, tiene un cierto tufo de purgante, porque no se sabe si son similares cubrir y tapar, no obstante e, grito siempre escuchado en las plazas de toros cuando el matador les ordena a sus subalternos, tápate, cuando no quiere distracciones del cornúpeta cuya vida se apresta a terminar, pero esas alusiones son impropias y políticamente incorrectas en estos tiempos de fobia taurina porque lo verdaderamente interesante es saber cómo ha logrado Marcelo Ebrard el milagro de la multiplicación de su propia corcholata, porque ha dicho muy orondo, a mí el presidente de la república me ha destapado en cinco ocasiones y eso es tan insólito como aquella historia de una muchacha a la cual interrogaron acerca de la fecha o al menos la edad cuando abandonó{–o le hicieron abandonar–, su virginal condición y cándida, memoriosa y a la vez olvidadiza, dijo, la primera pérdida de mi virginidad no recuerdo cuándo fue, pero si quiere le puedo contar las otras cuatro, y en verdad os digo, no es posible destapar a una persona en cinco ocasiones, porque una vez consumado el primer destape, los siguientes serían imposibles, excepto si se recogiera del piso o la cubeta la latita retirada y se volviera a colocar en condiciones de ajuste suficiente para seguir como aquellas viejas tapas de rosca llamadas Quitapón, circunstancia a la cual quizá Don Ebrard se ajuste plenamente, pues con esas condiciones ser promueve en actos anticipados de campaña, los cuales le serán señalados oportunamente por la autoridad electoral, cosa frente a la cual él levantará el muro de las negativas y los pretextos, como la forma del agua…