Capítulo VII
Última Oportunidad
Muy pocas personas lo saben, el camino de Tierra Adentro se desvió de su caudal por culpa de los asaltantes ¡Sí! Aquellos pegados a la cueva de los dominios de ladrones y bandoleros que buscaban a sus anchas hacerse del contenido de las carretas que provenían de las minas del Real de San Luis del Potosí, algunas carretas desde la tierra de los Zacatecos y otras más del desviado camino de Guanajuato, en donde la plata era el principal destino hacia la suntuosa Ciudad de México, aún hoy día, la ciudad del Arcángel San Miguel huele a trúhanes que se juntaron – porque lo malo llama al igual- fincaron sus lares por estos lugares ¡Ya después todo sería tradición y costumbre! Lo del fraile y los canes, lo de la falta de agua ¡El milagro de salvar de salud a la población! Todo fue una pantomima para que quien habite ahí no le diera el mal de conciencia. La casona de los Iturbe resguarda el tesoro de la Duquesa de Salamanca, María Lorenda Duque de las Casas, un portón destruido y varios muertos que han sido echados a la calle buscan les dieran sepultura, pero por alguna extraña razón el Capitán de primera clase del Ejército del Norte José Azafrán de Villa Rica no se separa de su puesto ¡No da indicaciones de llevar a cabo algún ejercicio de funeral! Cierto es que el ejército no tiene a bien realizar sepelios religiosos ¡Pero la ocasión lo amerita! En cambio, ha subido la guardia y mandó a sus hombres a patrullar la ciudad de San Miguel Arcángel – Si encontráis a cualquier sospechoso matadle ¡Tenéis licencia! – dio el orden rotundo.
Mientras tanto María Lorenda disfrazada de sirviente ha logrado hacerse de las ayudas de su esposo el Marqués de Salamanca -quien se hace pasar por pordiosero – juntos mendigan cercanos a la casona donde se encuentra el tesoro, uno de los hombres de la marquesa ha penetrado el recinto haciéndose pasar por curandero y huesero y ha pernoctado desde hace dos días dentro, preparando brebajes y entablillando a los heridos de la explosión, causada para llamar la atención y descubrir las entrañas del lugar ¡Todo ha salido según lo planeado! Falta tan solo las dos detonaciones que anunciaron se llevarían a cabo esa misma noche, dejando claro a los hombres de la joven Duque de las Casas que estaban dispuestos a todo por este último enfrentamiento -¡Iremos del todo por el todo! Nos costará la vida misma, pero es este ataque o vivir una vida llena de remordimiento por no haber hecho lo suficiente para recuperar lo que por hecho nos pertenece ¡Vencer o morir! – les arengaba en una carta escrita de puño y letra a todos y cada uno de sus hombres.
¡Dos siluetas se acercan a la ya de por sí desvencijada entrada de la casona de los Iturbe!
-¡Ha quien vive! -gritó el vigía.
-Pedimos mendrugos mi señor ¡Algo que le haya sobrado del rancho de sus hombres! Simples migajas mi señor ¡Tengan piedad!
-¡Largo de aquí menesterosos! Sus figuras traen mal augurio ¿No sabéis que están en toque de queda? La ciudad completa está siendo vigilada de más ¡Se acercan tiempos turbulentos!
-Mi señor solo un pan y un poco de agua ¡El agua de las fuentes está contaminada! La gente enferma y después de varios días de sangre muere ¡No da nadie mendrugo alguno! Solo danos las sobras de la comida mi señor.
-¡Largo perros! – les pateó y empujo hasta tirarlos.
María Lorenda se levantó del suelo, con su florín le atravesó el pecho al vigía ¡Quien cayó de bruces ante tal arremetida! La joven disparó con su mosquetón hacia el cielo ¡Dos cohetones hicieron vibrar el silencio! De la parte anterior a la casona se hizo una gran bola de fuego seguida de un espectacular tronido ¡Que tiró a ambos! Después apenas se reponían del primer estallido ¡Una segunda bola de fuego llenó por completo el patio principal de la casona de los Iturbe! Seguida de un tronido que despedazó por completo a los soldados que vigilaban cada una de las entradas.
El Capitán se levantó como pudo de su aposento ¡Descubrió que un pedazo de fierro le había traspasado una pierna! Cojeaba al caminar y trataba de hacerse de su espada y su pistola ¡No lo conseguía! Un zumbido le recorría toda la cabeza ¡Le hablaban, pero no escuchaba! Todo de color amarillos y naranjas le hacía ver una antesala del infierno – los hombres de María Lorenda habían regado pólvora por toda la noche sin que los soldados se hubieran dado cuenta, puño a puño desde la azotea dejaban caer por horas lo que parecía tierra ¡Nadie lo notó! – eso ocasionó una gran quemazón a los interiores ¡A las dos explosiones y el levantamiento de fuego por todas partes! Ingresaron los hombres de la marquesa de Salamanca quienes astutamente ya tenían localizados a los vigías de cada una de las puertas de resguardo del tesoro ¡Cual sorpresa que no había ya sus cuerpos! Solo calcinados sus huesos en horríficas siluetas teatrales, en poses dantescas hacían gala de lo que hubieran sido grandes soldados, continuaron caminando hasta hacerse de cada una de las entradas, María Lorenda y el Marqués de Salamanca ya habían ingresado a la casona dejando a su paso la caída de los soldados de apoyo, quienes aún en asombro y heridos no dieron resistencia.
-¡Rápido cabrones hacerse de cada una de las entradas! No será mucho el tiempo que tengamos ¡La gente ante las explosiones ha corrido despavorida a los campos! Pero cuando vean que no es un ataque de afuera ¡Seguro regresarán! Vamos decidme el parte. Uno de sus hombres hacía por romper la entrada en el piso de lo que se aseguraba resguardaba el tesoro de los Duque de las Casas, María Lorenda se hace de los nervios esperando el resultado.
-¡Vamos inútil! ¿Qué observas? – el hombre logró al fin vencer el cerrojo, levantó la tapa ¡Un hombre salió de abajo y con un disparo le partió la cabeza en dos! Ante la sorpresa todos se le fueron encima ¡Lo acabaron a puñaladas! Nuevamente otro hombre de los marqueses hizo a lograr bajar ¡Esta vez con todas las precauciones! No encontraron a nadie más, alumbraron con la antorcha y le indicaron a la joven marquesa que se asomara ¡No había nada!
-¡Maldita sea! – vociferó – Buscad en los otros cuartos ¡Andad que no hace mucho de tiempo! -les volvió a indicar.
Al paso de simples minutos varios hombres alzaron la voz a la misma vez -¡Aquí hay algo mi señora! – De inmediato María Lorenda corrió a las voces, de un fugaz salto bajó hacia las puertas de piso abiertas ¡Ahí estaba! De improviso y contando ya abiertas ¡Unas doce carretas completamente llenas de sus monedas de oro! Que al paso de las antorchas repetían los fulgores haciendo de espejos que trinaban de chispas inimaginables ¡La felicidad de la marquesa era incontrolable! Reía y se agazapaba de rodillas levantando las monedas -¡Lo encontramos! Ven amado mío ¡Comparte esta ilusión! -le indicaba a su esposo, quien bajó con ella y se abrazaron.
-¡Mi niña pequeña! Hasta el infierno hubiera ido a buscar tu tesoro ¡Tu alegría reconforta mi corazón! -mientras se abrazaban y se besaban, los hombres cautos hacían de saber como habían metido las carretas a la casona – ¡Mirad ahí! – señalaba con su dedo para indicar un portón de grandes aldabones del tamaño preciso para dejar pasar las carretas -¡Es un camino bajo la ciudad! Abridlo y decid hacía donde se dirige ¡Sed precavidos! Podría haber vigías ¡Un tesoro de este tamaño se cuida por extremo! – los hombres avanzaron y recorrieron un trecho inmenso al descubrir los portones -¡Son varios caminos mi señora! -avisaron -Daos prisa, debemos sacar esto por encima antes de la mañana ¡Los mirones no tardarán en llegar! -indicaba la joven Duque de las Casas. El esposo le preguntó:
-¿Es todo el tesoro o faltaría más mi amada?
-Por distingo es un poco más de la tercera parte ¡Falta aún! Pero no debe estar lejos ¡Andad, señores! ¿Qué me decís? -preguntaba nerviosa a gritos ¡Disparos se dejaron escuchar por hasta el fondo! – ¡Emboscada! -gritaban desde lejos -¡Demonios! Debemos estar prevenidos – varios de sus hombres en estampida se acercaron – ¡Mi señora son unos veinte jóvenes del ejército del Norte! Están agazapados y espantados ¡Unos niños apenas! Varios están heridos ¡Aún teniéndonos en mira no lograron atinarnos! -.
-Id a por ellos y traedlos no me importa si en el camino varios mueren ¡De pronto ellos sabrán como salir! – desajustada la joven ordenaba – ¡Sí mi señora! – raudos le obedecían -¡Eh los demás! Subid a las carretas y haced por empujarlas debemos estar seguros de que igual como entraron ¡Tendrán que salir! -los demás hombres hicieron por lograr desenganchar del suelo a tirones ¡Demasiado peso! -Son muy pesadas mi señora.
Se acercó al marqués de Salamanca y le indicó con valentía:
-¡MI amado señor! De verdad que nunca en toda mi vida mi amor por alguien haya sido entregado por el simple hecho de saberme atendida ¡Sabe Dios que ningún favor le he solicitado! Siendo fiel a mis votos de esposa abnegada, como me lo indica mi Señor Dios todo poderoso ¡Pero la ocasión me da la excepción! ¿Sería tan amable esposo mío de ir por los caballos que aguardan a las afueras? ¡Ninguno de mis hombres les debo de distraer de las encomiendas puestas! ¿Haría esto mi señor?
El Marqués de inmediato salió por los caballos, los hombres de María Lorenda habían comprendido que era una mujer de pieza completa ¡Así que se asignaron a escuchar sus tareas demostrando gran valía!
-Escuchadme cabrones, no voy a permitir que alguno de ustedes se distraiga ¡Es ahora o nunca! Haced un esfuerzo al máximo y logremos llevarnos estos carretones a su verdadero destino ¡Del lugar a donde nunca debieron haber salido! Cuidar que ni siquiera una simple moneda ¡Una! Sea tirada ¿Qué pasó con los jóvenes?
-¡Aquí están mi señora! -unos mozalbetes de apenas dieciséis años o menos, lastimados, uniformados, hacen del maltrecho, se los ponen de rodillas ante María Lorenda, ella los miró – ¡Pero si son apenas unos niños! – pensó.
-Atendeos bien, mis señores, ustedes han robado oro y eso es una infamia que yo pago con la muerte ¡Porqué es de mi pertenencia! Simple situación, pero en tenor a su gallardía y resguardo les otorgo un armisticio ¡Decidme como salir de aquí y os arroparé con la espada de la justicia! Sacadnos de aquí y salvaréis la vida -Uno de los jóvenes se levantó y sacó su espada dirigiéndose por completo hacia la marquesa ¡Quien le recibió con el florín ensartándolo por completo desde el bajo vientre hasta la espalda! María Lorenda lo sostuvo con su fuerza mirando a sus ojos le decía – Eres valiente ¡Pero estúpido! Pudiste haber salvado la vida ¡El cielo está lleno de honor! Tal vez te reciba – cuando con más fuerza empujó la fina espada el apenas joven dejó de respirar ¡Cayó al suelo aún moviéndose! Los demás chicos de rodillas se miraban entre sí. Uno de ellos alzó la mano para lograr la palabra.
-Señora si me permitís, en poco deseo decirte que estás ante un intrincado laberinto de callejuelas que aún no sabemos si fue el agua o la mano de las personas quienes lo hicieron, sabemos la salida ¡Pero requieres de tiro para lograrlo! Todos los caballos fueron matados por orden del general Mariano Escobedo para el resguardo del tesoro ¡Te llevará años sacarlo por hombres! Dadnos la bondad de sobrevivir y seremos hombres fieles a tu espada.
-No recluto niños.
-Observo en mi atrevimiento mi señora que tu esposo es por lo menos en mitad de tu edad ¡Andad que tu gusto por los jóvenes nos de la probidad de continuar con nuestras vidas! No por lástima ¡Prueba nuestro arrojo y lo confirmarás!
-Por menos que esas palabras he llevado a varios al infierno- pensó la joven marquesa – ¡Por Dios que me ha hecho pensar! -.
Continuará…