Se siente el centro del universo, un ego robusto que declara a Alegría Martínez en el libro Memorias: “el teatro mexicano se dividió en dos: Gurrola de un lado y los demás del otro”. Se contradice al minimizar Poesía en Voz Alta –“una trenza en el recuerdo”–, y después exaltar al movimiento escénico –“no creo que en el mundo haya pasado algo así, o quizá en París”. Se cree un genio como pintor, dramaturgo, escenógrafo, cineasta y torero; presume ser el primero que hace performance en México, pero en realidad lo conocemos solo como uno de los mejores directores de teatro gracias a puestas en escena como Lástima que sea puta, Despertar de primavera, Miscast, Él, Roberte esta tarde, entre otros montajes.
No estudió teatro pero sí arquitectura. Héctor Mendoza lo llamó para ser actor, primero, en Las costumbres de antaño, de Gorostiza, y director después con Poesía en Voz Alta, donde “sentí el absoluto placer de ser yo mismo en otro lugar”. Se asume como el mejor teatro que se ha hecho en México, no aquel “astracanado, acartonado, deficiente, con faltas de ortografía, de escenografía, de dirección y de actuación”. Tampoco existen los críticos de teatro, quizá “dos o tres que son serios”: “los demás valen madre”. Son pocos los que saben que en el teatro “se guisa la vida humana”. Una cosa podemos afirmar con Juan José Gurrola en Memorias: “se está creando un teatro de fin de siglo de relevancia, de importancia” (con Héctor Mendoza, Julio Castillo, Ludwik Margules, José Luis Ibáñez; más tarde Luis de Tavira o la misma Jesusa Rodríguez, directores que desde sus inicios dieron la espalda al teatro convencional).
Gurrola muere el primero de junio de 2007, con 71 años. Su penúltimo montaje fue Hamlet, y el último, Simplemente complicado, el mismo año. No fueron lo mejor de su obra. Confiesa a Alegría Martínez en Memorias, publicado por el milagro: “hoy lo que hace falta hacer con todos los teatros es tirarlos y hacer otra cosa… los imbéciles que dirigen la cultura no se ponen a pensar que todo ya cambió”. El ego de Gurrola sofoca pero dice algunas verdades.
La memoria de un teatro que se extinguió. Donde las nuevas generaciones, divididas, tienen escaso futuro. ¿Muere el teatro?