Dejemos de lado los sueños guajiros.
Morena va a ganar las próximas elecciones estatales y también, en 2024, las federales y quien Andrés Manuel López Obrador –-a través del dedo encuestador—decida, gobernará el país durante el siguiente sexenio. No hay remedio.
Los opositores, desarticulados y sin una figura ya no digamos de arrastre, sino medianamente competitiva, no podrán hacer absolutamente nada, especialmente si se siguen empeñando en derribar al presidente de la hegemonía política.
No le podrán quitar el Poder Ejecutivo con el cual están obsesionados, cuando deberían pensar en lo más evidente: arrebatarle el Poder Legislativo y después, armar una verdadera oposición desde el Congreso y construir una candidatura para el 2030.
Pero por ahora deben sufrir una condena: ir derrotados de antemano a una elección presidencial.
En estas condiciones vale la pena analizar las oposiciones.
La liga formada por el Partido Acción Nacional, el Partido Revolucionario Institucional y el Partido de la Revolución Democrática, es hoy como nunca antes, una suma de membretes. No importa cuántos ciudadanos tengan en sus bases o sus padrones. Carecen de capacidad de organizarlos a todos –de divergentes orígenes–, en una sola dirección.
El Partido Acción Nacional cuya mejor perspectiva en esta cercana jornada electoral es Aguascalientes y su mayor esperanza, Durango, enfrenta múltiples problemas internos. No saben cómo resolver el problema de Ricardo Anaya y tampoco se podrán desprender fácilmente del lastre estúpido con el cual Julen Rementeria les colgó en el cuello la piedra de VOX y su incomprensible alianza.
Por su parte el desastre del PRI se expresa en una pregunta: ¿podrá conservar Hidalgo y Oaxaca?
Obviamente no. Va rumbo a la irremediable derrota.
Triste paradoja de una mutación histórica: antes se especulaba sobre sus inminentes victorias en dimensiones de carro completo. Hoy se calcula sobre las escasas posibilidades de mantener los gobiernos estatales en dos lugares notables, uno por su pequeñez y el otro por su atraso.
Y esas derrotas lo enfilan a una tragedia mayor: entregarle el Estado de México a Delfina Gómez. Siquiera perdieran con una gran figura, pero ni ese consuelo. Perder con Morena es confirmar como una mente maestra puede cargar con un partido y sus programas, con disciplina férrea y perseverancia en los objetivos.
Y en cuanto al PRD no significa nada. Cero a la izquierda. Su fuerza ya no se mide por millones, ni siquiera por miles. Apenas tienen cientos. Y poquitos.
Hace unas drías –y esto lo cuento como ejemplo de su insignificancia—me encontré con varios de ellos es un restaurante. Estaban Cházaro, Zambrano y otro cuyo nombre he olvidado. Esperaban a Silvano Aureoles. El michoacano llegó tarde.
Cuando entró al salón nos saludamos. Te están esperando tus amigos, le dije.
–Si, se me hizo tarde, estaba con el jefe Alito. ¡Imdimoder!
En esas condiciones todavía algunos sueñan con la adhesión del Movimiento Ciudadano. Es decir, quieren convencer a Dante Delgado, autor –por cierto—de la frase y los membretes de la suma cero y nulidad electoral, de sumarse a esa llamada alianza por México, sin darse cuenta de la única oportunidad: unirse ellos al Movimiento Ciudadano.