La ausencia personal del presidente López Obrador como protesta contra la organización selectiva del gobierno de Estados Unidos en la próxima Cumbre de las Américas de Los Ángeles, tendría muy forzadamente, un anhelo de justicia, pero se queda, evidentemente, en un primitivo desplante de vanidad personal. Es una conducta de doble fondo.
La justicia consistiría en invocar un principio de derecho internacional consagrado en la carta de las Naciones Unidas: la igualdad jurídica de los Estados, aunque esta reunión se organiza a la sombra de la condición democrática de los países del continente y el respeto a los Derechos Humanos. Es otro foro.
Por eso los gorilatos de izquierda –Cuba, Venezuela, Nicaragua– no han sido invitados. Por incumplir esos principios, los cuales –por cierto—también están inscritos en la Constitución Mexicana, por si alguien lo ha olvidado.
El gobierno de los Estados Unidos puede recibir en su casa a quien juzgue conveniente y no es menor de edad para tolerar recomendaciones, añadidos o correcciones en su lista de invitados. Ni de Andrés Manuel, ni de nadie.
Pero la amenaza personal y el condicionamiento de su asistencia a la satisfacción de su reclamo, resulta diplomáticamente fallida e incompleta.
A fin de cuentas si el presidente no desea convalidar, con la presencia de México, la cumbre injusta, selectiva, discriminatoria o como la quiera ver, pues sencillamente desvanece a la delegación mexicana y no va nadie.
Pero decir, yo no voy, pero va el canciller, Marcelo Ebrard, no resuelve la exclusión y a fin de cuentas incorpora a México en las declaraciones finales, no importa si hay alguna notoria abstención o franco voto en contra en algunos puntos. Es personalizar la política exterior del país.
A fin de cuentas a Don Andrés Manuel, nadie lo ha invitado. Han invitado al presidente de México. Y si Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, asiste, lo hará en representación de quien lo ha nombrado, porque nadie lo eligió como canciller nacional.
Muy distinto sería si una vez abierta la Cumbre, en la tribuna de los jefes de Estado, el presidente expresara su malestar por la exclusión de otros jefes de Estado. Y podría no adherirse a los documentos finales de la asamblea, o dejar constancia formal de su desacuerdo. Eso sería un comportamiento diplomático.
No ir él, pero mandar a un empleado, es un machismo a medias.
Por otra parte, esta es la enésima patada en la espinilla para Joe Biden. No importa si el presidente de México canta para la gayola la canción de la amistad y el respeto con Joe Biden. Los Estados Unidos no tienen amigos. Y menos en el patio trasero o delantero.
El desaire a Biden cuando se trata de una invitación entre jefes de Estado solamente tensa la relación.
–¿No podría esta decisión tener un impacto negativo en la relación bilateral México-Estados Unidos?, le preguntan.
–No, porque somos países independientes y tenemos una relación de amistad y de respeto.
–Pero que Biden lo pudiera tomar a mal.
–No creo, no creo. Estoy hablando de que él habla de un pie de igualdad y él ha sido siempre respetuoso”.
En este tipo de relaciones, de lengua se sirven platos y platos.
“…quiero en los hechos hacer valer la independencia, la soberanía y manifestarme por la fraternidad universal…
“No estamos para la confrontación, estamos para hermanarnos, para unirnos. Y aunque tengamos diferencias, las podemos resolver, cuando menos escuchándonos, dialogándonos (sic) , pero no excluyendo a nadie.
“Además, nadie tiene el derecho de excluir, que nadie excluya a nadie… Yo pienso que nosotros tenemos muy buena vecindad, relaciones de amistad. Y cuando hay amistad, cuando hay respeto, también hay franqueza y por eso estamos planteando así de claro las cosas…
Pues entonces no vayamos a un foro excluyente.
Pero en serio, no a medias.