¿Cuántas cosas en la vida carecen de importancia? Muchas. La mayoría.
Sin embargo, hay personas cuyo interés por lo intrascendente ocupa parte de su tiempo. Casi siempre son los ociosos, los cesantes, aquellos a quienes no les dio la existencia oportunidad de asuntos en verdad importantes.
Hay quien puede dedicar muchas horas de su tiempo a fisgar –y opinar–, en la vida de sus vecinos y no de la manera como James Stewart y Grace Kelly, lo hacían en aquella maravillosa ventana indiscreta dirigida por Alfred Hitchcock. Hay quien critica el peinado de la comadre en el ocio de un salón de belleza, pero en pocas ocasiones escuchamos desde la tribuna de la jefatura del Estado, una censura a las intrascendencias,
Parecería mentira si alguien lo dijera en son de chisme, pero no; es un hecho real, producto de esa costumbre tan “campechana” del presidente de la República quien con frecuencia abre los portones de su pecho nunca bodeguero, y nos confía hasta sus más íntimas reflexiones, por ejemplo, dónde deben sentarse los dueños del automóvil y dónde el chofer del vehículo. Todo se ha convertido en tema de gobierno.
¿El motivo? Muy sencillo (quiero suponerlo así), el clasismo y el racismo ocultos debajo (o detrás), de ciertos usos y costumbres de la ruin clase media a la cual ha llamado justamente, aspiracionista.
Lea usted estas palabras, aparentemente sobre un tema cotidiano, sin trascendencia, ni falta, ni delito, detrás del cual –sin embargo—se perciben ecos de aquella revolucionaria tesis filosófica de Carlos Marx conocida sintéticamente como “la lucha de clases”.
Ha explicado nuestro señor presidente:
“…O sea, es una élite que ignora por completo al pueblo, no le tiene amor a la mayoría de los mexicanos. Sería cosa nada más de imaginar cómo tratan a sus trabajadoras domésticas, a la gente cercana; bueno, a los meseros cuando van a los restaurantes de lujo.
“A mí cómo me patea el hígado cuando de repente…
“…Ya no lo hago, pero antes, que iba yo a un restaurante y había una mesa por ahí, y para llamarles (palmea); o los trabajadores, choferes, ellos manejando y las personas atrás, y se baja el chofer y la señora está sentada o el señor y le abren la puerta para que se baje…”
¡Óíiiiigame no!, diría Derbez.
Tiene razón el señor presidente. ¿Cómo es posible la humillación del chofer al volante y el patrón repantigado en el asiento de atrás? Debería ir repantigado en el asiento de adelante. Eso acabaría con el clasismo. Y mejor sería el chofer acomodado atrás.
Eso sí sería justicia social.
Así la “lucha de clases” –como auguró don Carlos el de Tréveris–, la ganarían los buenos de la historia, los proletarios a cuya unión planetaria conminó en aquel Manifiesto Comunista, el fantasma recorriendo el mundo… ¡Ah”, aquellos tiempos…
Y no mencionó nuestro analítico Ejecutivo, algo frente a lo cual también deberíamos sentir la patada hepática, como figuró para exhibir su coraje constipado: la forma como los potentados o los aspirantes a potentados, tratan a los pobres paseadores de perros, porque eso si ya es el colmo.
Ahí los ve uno por las calles con un ramillete de traíllas corre y corre detrás de los perros cuyas narices olisquean al can de adelante.
Vaya empleo de miseria y ya ni siquiera decimos algo acerca de la ardua y aromatizada labor de alzar la caca de chucho y guardarla en la bolsita, cosa cuya recolección debería estar asignada al dueño del perro y no al pobre joven cuya labor debería ser construir el futuro o sembrar vida, y no a levantar las heces de cualquier habitante cuadrúpedo de una casa clasista y opulenta.
–“¡Alzacacas” del mundo, uníos!, diría Marx.
JOSERRA
Interesante, hasta por su sajona sintaxis, el mensaje de Joserra L.B. al señor Musk. Eso es anti clasismo tuitero.