El mes de abril parece que será el punto de inflexión del gobierno del presidente López Obrador. Los resultados del proceso de revocación de mandato convertido en una fatua e innecesaria ratificación, más el fracaso de la reforma energética propuesta, lo están llevando a doblar la apuesta para asegurar una mayoría electoral que les permita conservar el poder.
Convencido de que no podrá modificar el texto constitucional en ningún aspecto, debido principalmente a su inquina con los adversarios y su negativa a dialogar y consensar, estirará al máximo la mayoría simple que tiene su partido en el Congreso para modificar leyes secundarias que refuercen la narrativa que le permita seguir siendo popular y presumir respaldo a su gobierno.
El reciente ejercicio de revocación de mandato, hizo evidente que ese respaldo ha decrecido y que aun con la utilización de los recursos del Estado, la mayoría que lo llevó al poder está disminuida. La cantidad de votos a favor de la ratificación, (15 millones 159 mil), es mucho menor que la votación obtenida por los partidos de oposición en la elección de 2021 (19 millones 477 mil) y no superó la votación que su partido obtuvo en ese mismo proceso (16 millones 759 mil). Para 2024, conservar sus alianzas será prioritario y sobre todo, mantener la retórica que lo mantiene con la popularidad en alto si desea transmitir el poder a uno de sus seguidores.
El presidente se equivoca, al pretender que la mayoría de los mexicanos apoyan su proyecto transformador. Se aprovechó del vacío de representación que sufre el ciudadano para emerger como un catalizador y un representante de las clases populares, (no lo llamemos populista por eso, sino por su retórica y su falsa imagen de humildad y sencillez) y asume hoy, que su popularidad hace legítimas incluso acciones ilegales.
A la luz del proceso revocatorio, el presidente ha dilapidado el bono democrático con el que llegó. Empeñado en enfrentamientos estériles, apoyándose en criterios de colaboradores seniles, nostálgicos de un pasado que tampoco fue mejor, ha convertido su gobierno en una manifestación ideológica regresiva y su administración en la concentración absoluta de las decisiones en la figura presidencial.
Con un sector empresarial amedrentado e indeciso, con los militares mediatizados, redoblará la apuesta en la intención de continuar con la colonización del INE, perfilando por sus actitudes previas y posteriores al revocatorio, que leyes e instituciones le son insustanciales si de conservar el poder se trata.
El sistema democrático que hemos construido está demostrando una resiliencia a prueba de populismos y control de masas e incluso de desplantes autoritarios y dictatoriales sin embargo, el asedio habrá de continuar.
El presidente sigue anclado en la lucha electoral, en la dominación del adversario y en el afianzamiento del poder, y habrá de ser protagonista en el proceso electoral, aun sin estar en la boleta. Le urge transferir la popularidad al ungido pues ninguno de los probables tiene luz propia.
Es una lástima que, como se dijo, se haya desperdiciado el bono democrático y el proyecto gubernamental de desarrollo y de gobierno, parezca hecho por el dirigente de un partido, no por el presidente de la república y que en consecuencia tenga que heredar un país en peores condiciones que como lo recibió.
La caótica forma de llevar la administración ha creado un laberinto del que no puede salir bien librado. No obstante que las cifras macroeconómica aún son saludables, las finanzas públicas se encuentran sumamente presionadas y sus obras insignia no arrojarán ninguna cifra positiva durante su mandato; el AIFA no tendrá los millones de usuarios y cientos de vuelos, el tren maya no moverá a miles de turistas ni los miles de tonelada de mercancía, el ferrocarril transístmico no generará los parques industriales que pretende ni enlazará los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos porque estos puertos tampoco estarán listos para eso, y no será porque los “conservadores” pongan trabas, sino por falta de planeación estratégica y operativa, pero sobre todo, porque las buenas obras y el buen gobierno no se llevan con las ocurrencias.
La proximidad del fin del mandato obliga a encontrar una salida aceptable del laberinto que ha creado, sin embargo, no se percibe un cambio positivo y sí un endurecimiento gubernamental ya no solo en la retórica y en el discurso, sino en actitudes y hechos que demuestran poco respeto por la vida institucional.
Para los meses por venir, la prioridad será conservar el poder. La concentración que de él se ha hecho en la figura presidencial, lo ha llevado a encerrarse en su propio laberinto, en el que la única salida exitosa radica en una sucesión favorable.
Para ello, es imprescindible continuar con la retórica del nacionalismo y la rivalidad de clases porque lo urgente será mantener la clientela electoral. No es factible que logre apropiarse del todo de las instituciones electorales, como pretende, pero sí podrá colonizar al organismo y es previsible que en esas condiciones, la oposición tenga que enfrentar una elección de estado y serían muy miopes o ingenuos de no entenderlo así.