La visión del presidente es limitada, incompleta y sesgada pero quienes en su equipo podrían complementarla prefieren callar a confrontarlo.
La manera de pensar del presidente López Obrador y las políticas que impulsa, se pueden explicar por su “parroquialismo”, esto es, por su propensión a ver el mundo desde una óptica que privilegia lo rural, la interacción cercana que caracteriza a las comunidades pequeñas y las actividades básicas, primarias, y nacionalista, y que se contrapone a visiones más amplias, cosmopolitas, ligadas a la industrialización y a la promoción de tecnologías más avanzadas.
Es natural que el presidente tenga su propia visión de México y del mundo, tan válida como la que pueda tener otro líder y que esta perspectiva alimente sus decisiones y permee en la forma en que sus colaboradores analizan propuestas y abordan problemas. Cuatros elementos la distinguen: la prevalencia de lo rural, la importancia de lo primario, la inclinación por el asistencialismo y el desdén por lo internacional.
1.- La prevalencia de lo rural. El presidente entiende México desde su vivencia rural y sus orígenes en Tepetitán, Tabasco. El lenguaje llano, el uso de dichos populares, la inclinación por la interacción cara a cara y el contacto humano, están fundados en su crianza en pequeñas comunidades. Su vinculación rural, que los críticos ven un impedimento para contemplar panoramas más amplios, es la raíz que alimenta su lucha y que lo mantiene fiel a sus principios, el lugar en donde abreva y recobra energía. En lo político, le ha servido de escudo protector ante ataques de los ecologistas que critican el impacto ambiental del Tren Maya -desde pequeño he estado cerca de la naturaleza, dice- y en un gran diferenciador para su posicionamiento público -nadie como él conoce cada municipio de México, presume-.
2.- Primero es lo primario. Las actividades económicas primarias son las más importantes en el proyecto presidencial, por eso tiene programas especiales para promover la autosuficiencia alimentaria y la energética. Le importa todo lo que tiene que ver con la tierra, su principal programa rural es de reforestación, aconseja a ganaderos a poner sus ranchos donde abunde el agua y se preocupa más por el precio de la tortilla que por el abasto de chips para la industria automotriz. A pesar de ser actividades primarias, estigmatiza a la minería y los ventiladores eólicos por su impacto ambiental o porque afean el paisaje. En cambio, el presidente carece de planes para promover la industria o las actividades de alta tecnología porque parece que no las entiende o no le interesan. En sus conferencias mañaneras puede dar extensas explicaciones sobre cómo resolver un problema de tierras o explicar cómo turbina una hidroeléctrica pero si se trata de explicar cómo aprovechar las circunstancias mundiales para atraer a México cadenas de abasto, sus respuestas son cortas, elementales y repetitivas.
3.- Inclinación por el asistencialismo. La experiencia rural de profunda desigualdad y limitadas oportunidades para romper el círculo de la pobreza, ha llevado al presidente a privilegiar programas gubernamentales que distribuyen dinero y pugnan por la solución inmediata de necesidades que aquellos que desarrollan la creatividad y el emprendedurismo y contribuyen de manera más sostenible al desarrollo de las comunidades.
4.- Desdén por lo internacional. Al presidente le es ajeno lo internacional. Ha reiterado que no desea viajar y que la mejor política externa es la interna. Prefiere volar a las Islas María que enlazarse a una videoconferencia con líderes mundiales para tratar la situación en Ucrania. Es tal su desprecio por lo internacional que le importa muy poco la imagen que proyecte, ya que asocia los viajes presidenciales con el despilfarro del pasado o con ceremoniales ostentosos que no compaginan con su estilo austero y sencillo.
Es probable que la actitud de ver hacia adentro de México provenga del deseo del presidente de compensar los excesos globalizadores del neoliberalismo y encuentre justificación en la desigualdad y el retraso económico del sur de México. Su preocupación por el sur y lo primario puede ser encomiable, pero nuestro país necesita un presidente que gobierne para los cuatro puntos cardinales y que promueva lo mismo la agricultura que la industria de alta tecnología o las energías limpias.
Es por estas razones que el presidente es percibido por sus críticos como alguien obsesionado con el pasado, incapaz de entender problemas económicos complejos o de impulsar políticas industriales que favorezcan la innovación. En la Cumbre de las Américas de junio, en Los Ángeles, Lopez Obrador medirá su visión con la de Joe Biden y Justin Trudeau y podemos anticipar que su parroquialismo y su obsesión por la autosuficiencia le impedirá aprovechar la coyuntura internacional para identificar nuevas oportunidades y sectores económicos que lleven a una integración más exitosa de América del Norte. Su obsesión por lo interno no es la mejor política exterior ni la mejor fórmula para el desarrollo económico de México.
La visión del presidente es producto de su experiencia y conocimiento y tiene sus fortalezas y debilidades, pero es limitada, incompleta y sesgada, y las contadas personas de su equipo que podrían complementarla prefieren callar a confrontarlo. Así, entre el desdén y el silencio, México pierde espacios y oportunidades para atraer inversiones, generar empleos y adquirir mayor relevancia en el mundo.
*CEO de OCA Reputación
@aocaranza