Le resulta “indeseable” ser experto, pero lo era con el barroco español. Él y Héctor Mendoza tenían fama de enseñar actores a decir el verso del siglo XVI, como nadie. Pero José Luis Ibáñez decantó al teatro comercial y perdió fuerza de una carrera sólida, desde Poesía en Voz Alta, en los años 50. Su libro Memorias, resultado de entrevistas con Antonio Crestani, lo pinta: enamorado de los musicales terminó dirigiendo a Silvia Pinal en Mame, o a Angélica María en Papacito piernas largas. La figura del productor como sombra del director. El dinero antes que el arte. Que guste al público, lejos de dramaturgias o espectadores exigentes. Sin embargo, Ibáñez no perdió vinculación al pasado que lo consagró como de los mejores directores de su época.
Ibáñez aprendió los cambios del teatro compitiendo primero contra el cine, después con la televisión y al final con un público estragado por medios no tradicionales. Él se adaptó a los tiempos, al grado de asumir que un productor podía darle o quitarle a un actor para que dejara el teatro por la televisión. Por eso recuerda su amistad con Héctor Mendoza, “una presencia orientadora para mí”; sus primeros trabajos: “sé que a partir de la experiencia de Poesía en Voz Alta se me manifestó enérgicamente el mundo, pero de una manera en que la energía no solamente era una descarga, del mundo o mía, sino una posibilidad de encuentro y transformación”. Y una sentencia: “si un sitio da lecciones de democracia y de convivencia es el teatro. Paradójicamente, saca lo mejor y lo peor de cada persona”.
Cercano a Enrique Álvarez Félix y su madre, María Félix –“ella fue la excepción de excepciones”–; Silvia Pinal y Julissa, hasta Carlos Monsiváis. En su departamento conservaba fotos de Bette Davis y Judy Garland. Murió el cuatro de agosto de 2020. Y sin embargo, los que fueron sus discípulos lo recuerdan como uno de los mejores maestros sobre el verso español del siglo XVI. No dejó las clases en la facultad de filosofía y letras de la UNAM. Nunca renunció a su pasado, lo mejor de él. Nunca se desprendió de su amistad con Héctor Mendoza, “mi primer gran amigo del teatro”.
Libro apasionante –la escena también es historia–, publicado por ediciones el milagro.