En el año 1908 James Creelman, publicó en Pearson’s Magazine de Nuerva York, una entrevista con Porfirio Díaz, cuyo texto se haría célebre con el tiempo (“El presidente Díaz: Héroe de las Américas”) e iniciaría la historia del México contemporáneo, en la cual abundaban frases como estas:
“…No importa lo que digan mis amigos y mis seguidores, me retiro cuando finalice mi presente periodo presidencial y no serviré otra vez. Tendré ochenta años entonces… le doy la bienvenida a cualquier partido de la oposición en la República mexicana… si aparece, lo consideraré una bendición, no un mal.
“Y si puede desarrollar poder, no para explotar sino para gobernar, estaré a su lado, lo apoyaré, lo aconsejaré y me olvidaré de mí mismo en la inauguración exitosa de un gobierno completamente democrático en el país…”
Al hablar de la plenitud democrática por venir, Díaz reconocía la escasa legitmidad de sus interminables reelecciones. Pero en eso, como en todo (y como todos), mentía. Mentía por sistema, por naturaleza, como todos los políticos.
Hoy, más de un siglo después, la voz presidencial habla nuevamente de legitimidad democrática. No para llegar al poder, pues esa la tiene sin discusión posible, sino para sembrar un mecanismo para cuando haga falta. Sabia anticipación.
Ahora el camelo (rollo, choro,etc) se llama “democracia participativa”. Puro cuento. Otra mentira.
Pero el segundo ensayo de esta nueva forma de engatusar cretinos, también ha fracasado.
El primero fue la “consulta” para saber la opinión popular en torno del posible enjuiciamiento de los expresidentes corruptos, y traidores a la patria, conservadores, neoliberales y todo ese catálogo de pecados.
Nadie (es un decir) le hizo caso. Apenas se logro un raquítico siete por ciento de los electores.Votaron 6 millones 658 mil 288 personas y se tiraron a la basura casi 650 millones de pesos. Un fiasco.
Y en la segunda convocatoria para cruzar el dorado umbral de la “democracia participativa”, participaron (muy pocos) a jalones y empujones de las brigadas y la propaganda machacona del partido en el poder, cuyos funcionarios violaron la Constitución y las leyes electorales de manera obscena, sólo se reunieron 15 millones de votos. Sin embargo las cosas mejoraron; ahora votó el doble de los ciudadanos de la consulta anterior. Otro fiasco, pero este le costó al país, mil 692 millones de pesos, tirados también al tacho. Asin funciona la austeridad republicana.
Salió manirrota la cuatroté, ni duda cabe.
Pero lo peor fue este fervorín:
“…Yo dije que no importaba si no votaba el 40 por ciento de los ciudadanos, que si perdía me iba, porque también, aunque se trate de 18 del 10, si se pierde ¿cómo se gobierna? ya es muy difícil, no se puede gobernar sin el respaldo de los ciudadanos.
“Por eso es más cercana a la democracia la democracia participativa, o es más cercana al ideal democrático la democracia participativa.
“Porque si es democracia representativa me eligieron por seis años y haga lo que haga no me pueden quitar, porque así está en la Constitución y así está en la ley; en cambio, con la democracia participativa existe este método de revocación del mandato…”
Pero la verdad en este procedimiento es otra: se trata de sembrar un recurso constitucional para armar la oposición desde Morena (cuando alguna vez pierda la presidencia) y ganar el Ejecutivo.
Este recurso de revocación, orquestado a través de la estimulación ciudadana (o con los ciudadanos integrantes de ese partido), es suficiente para garantizar el éxito de la agitación política.
Es una pistola cargada en la sien presidencial, para cuando se necesite; una bonmba de tiempo bajo la silla del presidente de la República.
Morena introdujo eso en la Constitución para favorecerse en el futuro; no para consagrar los derechos democráticos del pueblo.
Ese es –para citar a un clásico– otro mito genial.