Capítulo V
Recuperar lo Robado
Después del novenario de Doña Andrea que se llevó a cabo en el Templo del Carmen, la familia de Don Fernando solo queda en lograr establecer un orden, no solo el referente a los negocios, sino el de lograr aprender a vivir sin ella, Doña Andrea era el eje de la familia – como ocurría en aquellos tiempos en la ciudad de frescos verdores- era quien comandaba toda acción, desde el más insignificante detalle de la comida y proporciones, hasta el gran legado de administrar los negocios de ambas familias, ahora acumuladas en las manos de María Lorenda, a quien el evento propiciado con el general Mariano Escobedo aún le desconcertaba, pero a bien el hecho de que la madre de familia ya no estuviera, regía nuevos cánones a la conducta y los responsables de continuar en la búsqueda del oro robado por el ejército del Norte y por no saber aún del préstamo al presidente Benito Juárez, en ambos casos ¡Han dejado a la familia Duque de las Casas sin el preciado metal!
Don Fernando poco a poco ha logrado hacerse de su cordura, la muerte de su esposa lo dejó fuera de sus cabales en un insomnio perpetuo, pero gracias a algunos brebajes de las brujas del barrio de los descendientes de los esclavos de junto al gran acueducto ¡Ha vuelto a su razón! Con algunos destellos de repente de ilusiones y fantasmagóricos relatos, pero ha caído de pronto en una sana mentalidad – o al menos así le observan sus hijas -.
Ha tal grado del tiempo de esperar que se les ha notificado algo a la familia que también levantó algunas suspicacias, por un lado la expectativa de lograr observar el futuro del prisionero príncipe europeo – que lo mantienen con lujosas viandas y tertulias en su prisión del colegio fide de los franciscanos – y por otro que la gran parte del tesoro robado por los soldados republicanos seguramente ya ha salido de la ciudad una vez terminado el sitio.
¡En ello se consume el tiempo de María Lorenda! En los quehaceres de los negocios y revisión de a quienes se les podría ir cobrando lo prestado estaban cuando unas personas se acercaron al portón, tocaron y les hicieron pasar, con la debida cautela la joven Duque de las Casas tomó atención. En tiempos anteriores a la muerte de Doña Andrea un grupo de personas enviadas por Don Fernando habían hecho ya las pesquisas para lograr dar con el oro de una manera sencilla una vez se obtuvo la noticia que parte de el podría haber salido ya de la ciudad de violáceos atardeceres, se trata de localizar a los prestamistas de las ciudades importantes, como la ciudad de México, Monterrey, Las minas del Real de San Luis Potosí ¡La labor fue cansada y de proporciones inéditas para tan poco el tiempo que se les dio!
En estos ejercicios en la ciudad de México lograron informarles que personas elegantemente vestidas, trataban de ingresar fuertes cantidades de oro a las casas de los prestamistas más acaudalados y serios de la ciudad. Les distinguían que las monedas no tenían cara ni cruz, pero el canto si estaba grabado, que eran para fundirse principalmente debido a que la moneda no iba a ser aceptada por ningún banco extranjero. El precio era alto por los lotes de monedas, que iban de 300 a 600 piezas ¡Con eso le bastó a María Lorenda para continuar con la pista del preciado metal!
Tomaron camino la joven Duque de las Casas y seis de sus más leales hombres de aquellos que se jugaron la vida durante el sitio y que le acompañaban en las cuestiones de rescatar el cuerpo de su madre. Llegaron a la ciudad de México ingresando por la parte baja de la Alameda después de un viaje tranquilo y sin nada que reportar. A lo lejos se veía el castillo, otrora casa del antiguo emperador Maximiliano, un poco derruido y olvidado ¡Se miraban algunas trazas de saqueo! Pero de ahí para el real la ciudad esta en goce de tranquilidad. Al pasar por las calles que llevan al corazón de la ciudad se puede observar en el basto bosque que aún cuelgan uno que otra soga de ahorcados y poniendo atención en algunos casos, los cuerpos.
¡Macabro presagio!
La ciudad se nota que están en etapa de reconstrucción, el sitio que mantuvo el general Porfirio Díaz fue reacio y lleno de pequeñas batallas, fuera por el lado de los bosques o de las partes de las montañas escarpadas. La ciudad no fue cañoneada así que los estragos eran mínimos. Ya era por la tarde noche cuando llegaron a la residencia de los Mayorga y Torres, una familia de prestamistas ¡Pero no cualquier prestamista! Férreos y ancestrales usureros del dinero y de la pobreza, asesinos cuentistas. A la antigua usanza – una vez que tocaron al portón con fuerza– les recibió un hombre que apestaba a rancio, vestido de un oscuro abrigo sucio y roído por las ratas, con pantalones viejos y calzado maltratado su nariz aguileña y sus dientes podridos, que hacían la gala de que fuera un empedernido amante del tabaco.
Al abrirles no le sorprendió debido a que María Lorenda, estaba ataviado con las mejores ropas de viajes que se usan en esos lares, sabía que los mejores deudores eran los acaudalados y reconoció en su dije el escudo de la familia.
–¿Qué desean? – pronto increpó.
–¡Quiero hablar con Don Astolfo Mayorga! – dijo la joven mostrándole una de las monedas sin cara ni cruz, pero con el canto grabado.
–Mmmm, veo el porqué… ¡Pasen y siéntense! Ahora le hablo.
Al ingresar observaron una casa elegantemente bien cuidada con los pisos brillantes en color guinda, las paredes de un blanco puro, las ventanas con las puertas de madera y cristales bien cuidados. Un portón separa el espacio de lo que seguramente era una casa de proporciones grandes, al menos por la fachada, grandes arcadas soportaban un techo que seguro tenían cosas pesadas debido a lo grueso de los contrafuertes y columnas. Unos simples cuadros y paisajes amarillentos ya por los años o por el mal uso de materiales por el artista se miraban en las paredes, unos sillones de piel café brillante y aromáticos por las maderas de cedro le dan al lugar un tono cálido a diferencia del aspecto del descuidado personaje que les había dado la bienvenida ¡La puerta se abrió y volvió a salir el mismo personaje ¡Pero ahora con una cachucha transparente!
–¡Hola bienvenidos! –les dirigió el tono, pero ahora más amable.
–¿Don Astolfo? – preguntó María Lorenda
–¡Soy yo!
Todos se sorprendieron, la chica y los acompañantes.
–¿Qué desean saber de estas monedas? – mientras tomaba un par que sacó de la bolsa de su sucio pantalón y se las dio a la chica. Aún confundidos por saberse ante la misma persona y mirándose entre sí resolvieron ser cautos.
–¿De dónde las obtuvo? – haciendo trinar una a otras al aventarlas hacia arriba juntas y dejarlas caer en su mano.
–¡Me las trajeron a esta ciudad de México un par de muchachos de mis enteras confianzas!
–Esas monedas tienen una historia señor y justo por ese lote hemos venido.
–Comprendo señorita, lo comprendo muy bien.
–¿Puede decirme cuantas compró?
El señor de aspecto rancio caminó hacia un mueble pegado a la pared, abrió el cajón de un archivero, sacó un par de hojas, las estuvo contando y releyendo se las entregó a la joven de delicados rizos y esta una vez que las leyó fue comprendiendo ante quien estaba.
La mueca de asombro de María Lorenda fue tomando mayores proporciones cuando de pronto, el anciano de aspecto rancio sacó de entre sus ropas una pistola, le apuntó directo a su pecho y sin dar tiempo a los acompañantes de blandir sus armas.
¡Le disparó con ensordecedor crujido!
¡Todo pasó lentamente como si el tiempo hubiera parado su marcha! En ese momento a María Lorenda le vinieron a la mente los recuerdos más sangrientos que le tocó vivir, en sus años que no muchos, sí bien llenos de contenidos. Desde las glorias vanas de viajes a París, hasta sus días de niña en los patios de su gran casona. La sonrisa de su madre, el jugueteo y las carreras para ganar un lugar en la mesa ¡Su padre recién restablecido! Sus amoríos. Entró un dolor de cabeza profundo, no pudo siquiera respirar, volteó a ver a sus acompañantes que ya hacían destrozando el cuerpo del prestamista con dagas que le ingresaban por todos lados.
El joven Ricardo, fiel acompañante ¡Le abrazó para que su cuerpo no cayera al suelo de golpe! El joven aún creía que la podía salvar y le decía que todo estaría bien ¡Llorando! Angustiosamente, ella se sabía herida de muerte, la joven hermosa de rosados labios y carnoso, pecho que no sería así ¡Hacía por tomar aire y no era posible hacerlo!
–Por mi padre joven Ricardo… ¡Por mi padre que os pido un favor!
–¡Decidme, María Lorenda! ¿Qué hago?
–Debajo de mi espalda hay una daga pequeña, justo donde termina el corsé ¡Sácala! Y dámela.
El joven apresurado y con la entereza de escudriñar sobre el cuerpo de la joven – que en mucho le apetecía– logró hacerse de la daga y se la mostró.
–Escucha bien, ponla sobre el nudo intermedio de mi corsé y con fuerza rompe todo el hilado ¡Ten cuidado! Al romper los listones tendrás que ver por donde entró la bala ¡Una vez la encuentres trata de decirme el daño que hizo!
¡Así lo hizo el joven aprendiz de ayudantía! Trozó el corsé y salieron a la luz los rosados pechos de la joven –que en otra ocasión el resultado hubiera sido diferente – buscaba la herida ¡No la encontraba! Volvía a hacerse de acariciar los pechos para subirles – en simple cuestión de observar heridas– ¡No encontró ninguna!
–Señorita tendré que quitar por completo el vestido para observar si en la cintura no habría daño alguno ¡Os ruego perdone mi atrevimiento!
–¡Hazlo rápido! No siento una de mis manos.
Al escudriñar ya todo el torso completo de la joven Duque de las Casas y dejándola en total desnudez observaron una pequeña hendidura en el hombro derecho ¡Había destrozado músculos internos! Aunque de primera impresión no se observaba el daño ¡El dolor le era imposible de atender!
–¡Busca la pistola y traedla!
El joven la encontró ya en el destazado cuerpo del agresor –¡Es una pistola francesa! El tiro es pequeño, como una canica de plomo ¡Como duele! – le indicaba la joven mientras como podía trataba de vestirse.
–¡Atentos todos! Subid y buscad por toda la casa ¡El oro es posible que esté aquí! Debemos encontrarlo antes de que se sepa que el prestamista ha sido muerto y tengamos a todos los republicanos persiguiendo nuestras almas ¡Andad de prisa!
Todos se dieron a la tarea de buscar en su totalidad por la casona, mientras que María Lorenda caminaba en la sala de descanso, de frente a ella una chimenea de áureos mármoles le llama la atención además sobre de la piedra de brillos lustrosos un cuadro está cubierto con telas negras, como a la usanza europea, la chica se acercó y con una mano, mientras sostenía parte de su vestido, logró descubrir el perfecto y bien elaborado retrato, hecho de las más finas pinceladas ¡Por un maestro del total realismo! La calidad de la obra era más allá de las que había visto pero el personaje era quien más le sorprendió:
¡Maximiliano de Habsburgo!
Continuará…