Hasta hace poco las noticias duraban lo que la hoja de papel, hoy duran lo que la mirada absorbe de las pantallas, juzga, comenta y elimina. El caso del joven adolescente que era buscado por su madre, apenas hace una semana, debería permanecer en la memoria colectiva como muestra de la indefensión en la que puede encontrarse cualquier persona ante las autoridades y ante la comunidad, sobre todo, ante la agazapada en la trinchera de las redes sociales.
Que la familia es el pilar y célula de la sociedad e institución y que desde todos los ámbitos se respalda para dar orden y certeza a sus miembros, y que al cuestionar la autoridad de los padres se debilita esta institución, son normas establecidas desde hace cientos de años y sobre estos conceptos giran leyes como las del registro civil y mayoría de edad, entre muchas más. Así pues, si una madre de familia pierde de vista a su hijo, hija, o un tutor a su tutelado, lo lógico, lo humano, es que pida ayuda a las autoridades para encontrarlo; su reacción natural es de miedo por lo que pueda ocurrirle, y más considerando que vivimos condiciones de inseguridad en que cualquier cosa puede ocurrir en la misma puerta de la casa. Cualquier madre que ignore el paradero de su hijo, aunque sea por minutos, se desespera y lo más prudente y sensato que hará es dar aviso a las autoridades para que dispongan de los recursos gubernamentales para la búsqueda del menor, y aun del mayor de edad, del que se considere está en peligro su vida o integridad.
En el caso de la madre del joven Alfredo, es lamentable y preocupante que las autoridades a las que ella recurrió, hayan prejuzgado innecesario buscarlo porque había indicios de haberse ausentado voluntariamente por problemas familiares. Siendo menor de edad las autoridades correspondientes debieron respaldar a la madre y aminorarle la angustia de tener un hijo perdido, al grado de que ella no tuviera ni que recurrir a otros medios para extender su búsqueda, pero lo único que encontró fue que la exhibieran, la ventanearan, que su hijo no estaba perdido, solamente escondido y ni siquiera eso, chambeaba por ahí y nadie fue capaz de decirlo para aminorar la angustia de la señora. La lección es que quien quiera exigir a las autoridades algo, lo piense dos veces, porque una semana le dejarán sola a que se rasque con sus uñas y otra la pondrán en el paredón de los medios y la redes sociales para que le acribillen por “escandalosa”.
Por otra parte y desde hace años que se comenzó a educar a los niños desde el nivel de preescolar sobre los derechos de los niños, estos saben y más cuando son adolescentes qué hay instituciones que les pueden auxiliar en caso de ser maltratados. Muchos tienen acceso a las redes sociales, divulgan lo que comen, lo que visten, lo que vieron en el cine y hasta intimidades, es decir, también pueden denunciar maltrato que incluso sus maestros lo perciben. Es evidente que un chico con ciertos recursos económicos, sociales y hasta tecnológicos, quiso darle a su mamá una lección exhibiéndola, a lo que las autoridades colaboraron indirectamente y siendo ambos, madre e hijo, víctimas, los aventaron al circo romano en que se convierten las redes sociales.
Al final del día, la gente harta de desahogarse con caritas felices, enojadas, corazones y dos o tres majaderías, baja la tapa de su ordenador y se va a dormir. Las víctimas, sin embargo, difícilmente se desharán de la lápida del escrutinio público al que los expusieron un puñado de burócratas ineptos. No hay remedio ni Al tiempo.