El gobierno federal ha erogado entre 112 y 116 millones en la construcción del aeropuerto de Santa Lucía “Felipe Ángeles”, ya inaugurado sin haberse concluido, como lo señalé en mi columna anterior. ¿El aeropuerto más moderno del mundo? lejos de eso. Simple propaganda. El adefesio apenas dará servicio a 8 vuelos diarios. Si a comparaciones vamos, el aeropuerto actual tenía 890 vuelos diarios y, antes de la pandemia 1290. Por lo tanto la conectividad de la ciudad de México solo se incrementará, con el AIFA 1%. De no haberse derruido el de Texcoco tendrá 1000 vuelos. El costo de la caprichosa cancelación, ha sido de más de 300 mil millones. Que se sepa, ningún gobierno ha despilfarrado una cantidad así, digan lo que digan sus hustes embrutecidas.
Por otra parte, el nuevo aeropuerto ha tenido un costo de 53% más de lo previsto. Mandos militares controlaron desde sus cuentas bancarias los recursos. Por ende, no hubo licitaciones. Todo fue por asignación. La corrupción en todo su esplendor.
Pero el primer mandatario evade el tema, y se hace de la vista gorda. Habla de las tlayudas, de las desigualdades sociales, del racismo. Sus aliados, la milicia, son intocables. Han hecho lo que les viene en gana. Pero los platos rotos los pagará el contribuyente: la deuda aumentará en 30%. Corrupción, deuda. Son los saldos de un ‘desgobierno’, de una ambición errática, desdeñosa con quienes lo necesitan: niños con cáncer, escuelas de tiempo completo, tragedia educativa. El recuento de los daños es casi infinito. Pero esto es lo que decidieron millones de crédulos que celebran la estupidez. ¿Ese es el mejor presidente de México? Valoración ridícula.
Y lo que sigue: la locura del Tren Maya que destruirá la selva, los cenotes, los ríos subterráneos… Patrimonio natural que le importa un carajo, no obstante la protesta de gente sensata, ajena a partidos, son simples ciudadanos que se resisten a la devastación, personas conscientes sólo inspiradas por el amor a éste país, hoy en manos de un insensato en quien no cabe autocrítica alguna. De modo que el Tren Maya va porque va.
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Por lo que a mí toca, desde ésta modesta columna, me sumo a la protesta contra la corrupción del AIFA, contra el disparate de un Tren Maya que pasa por alto nuestro patrimonio; contra la construcción de dos bocas -así con minúscula- esa frivolidad sobre la que caerá la maldición cuando la naturaleza dicte la última palabra: las inevitables inundaciones.