WASHINGTON, DC. Hay una serie de acciones y cambios en la geopolítica que explican el contexto y el momento que eligió Rusia para iniciar la lamentable y condenable guerra en Ucrania. Tras la caída de la Unión Soviética hubo un acuerdo (verbal) entre el ex Secretario de Estado de EU James Baker y el exlíder ruso Mikhail Gorbachev de no avanzar más allá de las fronteras de Alemania.
Esto fue reconfirmado en un discurso del Secretario General de la OTAN el 17 de Mayo de 1990, que indico: “…El mismo hecho de que estemos dispuestos a no desplegar tropas de la OTAN más allá del territorio de la República Federal da a la Unión Soviética firmes garantías de seguridad…”.
Años después, en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007, Vladimir Putin acusó a las potencias occidentales de violar este compromiso al ampliar la OTAN -sobre todo con la incorporación de los países bálticos a la Alianza en 2004-, preguntando: “¿Qué ha pasado con las garantías que dieron nuestros socios occidentales tras la disolución del Pacto de Varsovia?” La OTAN no ha dejado de expandirse desde la caída de la Unión Soviética, pasando de 17 países en 1990 a 30 en la actualidad, varios de los cuales anteriormente formaron parte del pacto de Varsovia liderado por los soviéticos. Esta es la visión de los hechos por parte de Putin.
En cambio, los países miembros originales de la OTAN alegan que este acuerdo nunca fue formalizado en un tratado y que sus puertas están abiertas a cualquier país que cumpla con los requisitos de entrada. ¿Por qué entonces Putin no hizo nada con las ampliaciones anteriores? La lógica indica que es porque Rusia no se sentía con la fuerza militar y económica para poder responder. ¿Qué cambio?
A partir de ese discurso Putin incremento las expresiones de poderío militar, invadiendo Georgia en 2008 y anexándose Crimea en 2014. La respuesta de la OTAN en ambos casos fue con sanciones económicas con baja efectividad. Posteriormente vino el escalamiento de la situación en Siria. Cuando Putin, lanzó por primera vez ataques aéreos en Siria en 2015, el conflicto estaba en su quinto año. Los rebeldes armados, que se oponían a Bashar al-Assad, estaban ganando terreno. ISIS estaba en ascenso y Assad había reconocido una retirada.
En agosto de 2013, Assad usó armas químicas y provocó la de respuesta de EU con ataques aéreos. Putin convenció a Assad para que anunciara que estaba dispuesto a renunciar a usar armas químicas, allanando el camino para un acuerdo que evitaría la intervención militar de EU. De la noche a la mañana, la narrativa pública de Rusia sobre Siria cambió. Moscú pasó de defender pasivamente a Assad e intentar desviar la culpa por sus acciones a felicitarse por mantener a EU fuera de otro conflicto en el Medio Oriente.
Putin logro cambiar el rumbo de la guerra a favor de Assad y defender las instalaciones e inversiones propias en Siria. Moscú demostró que era un socio confiable para aliados autoritarios y que ya no toleraría cambios de régimen impulsados por Occidente. Al mismo tiempo, Rusia pudo ensayar con armamento y entrenar personal en condiciones de combate real sin agotar su presupuesto. En medio de todo, esta guerra ha dejado más de 500.000 muertos, en su mayoría civiles y hasta 2018, más de 11 millones desplazados (según ACNUR) y de la que lamentablemente ya no escuchamos.
La invasión a Georgia, la anexión de Crimea y el conflicto Sirio generó gran confianza y un renovado posicionamiento en geopolítica a Rusia. Con estos antecedentes y la lógica desde la que actúa Putin, su interpretación de la amenaza de Biden con “sanciones económicas muy poderosas” si invadía Ucrania no fue un disuasivo. Por el contrario, parecía un indicativo que la respuesta sería similar a las tres situaciones anteriores.
En este contexto, decide invadir Ucrania.