Al caer la tarde, varios niños de entre seis y diez años llegaron sonrientes y juguetones llevando consigo bolsas con marca de tiendas caras, hasta dónde una mujer les esperaba sentada en la banqueta afuera de una residencia, todas en esa colonia son casas de gente pudiente, quienes seguramente regalaron la ropa que los niños enseñaban a aquella mujer desparramada a la sombra de una florida jacaranda. Con admirable sincronía, a la vez que los niños llegó una camioneta de modelo reciente y lustrosa, casi elegante, el conductor abrió la portezuela trasera y los niños subieron felices de haber terminado su jornada laboral.
Qué pasa en esta ciudad y en otras del estado, en donde ninguna autoridad ve la explotación infantil y actúa en consecuencia. ¿Por qué un policía, no reporta, detiene, toma datos, interroga o lo que sea, a esos adultos que evidentemente están “cuidando” a “sus” niños, a cierta distancia, mientras se atraviesan frente a los coches echando maromas, se cuelgan de la ventanilla asomándose al interior del auto rogando por un pedazo de torta o un refresco a medias o simplemente divagan rodeando el coche, perdidos de cansancio?¿Por qué ninguna autoridad hace nada ante esa evidente explotación infantil que se repite en cientos de esquinas, cruceros, debajo de cualquier semáforo o ante un tope? ¿A qué autoridad le corresponde evitar que niños, sí, niños de no más de diez años se droguen en plena calle a cualquier hora, o duerman sobre cartones o basura en el quicio de alguna puerta, bajo un céntrico portal, bajo un puente del río o un tubo de desagüe vacío?
Nadie que tenga autoridad para hacerlo hace nada por los miles de niños que trabajan para zánganos humanos que les vigilan de cerca mientras atienden sus redes sociales; que les bajan de vehículos, chafas o de lujo en zonas turísticas, colonias residenciales y hasta en las carreteras en los cruceros del tren, por ejemplo, para que pidan limosna, que les vigilan mientras lavan o ensucian parabrisas, ofrecen chicles o bolsas para la basura.
¿Quiénes son los padres de esos niños? ¿Si a ellos les pagan por prestar al niño cuánto les pagan? ¿Son sus padres quienes los vigilan o quienes lo hacen son expertos en escabullirse si se ofrece huir o pelear por el machucón que el niño se lleve o desgraciadamente fuera atropellado? ¿En dónde viven, a dónde los llevan, si así, sin piedad los exponen al sol, al hambre y peligro inminente de ser humillados o heridos, acaso les alimentarán o cuidarán de su salud o ya en la penumbra les infringen otro tipo de explotación? Si la autoridad no ve más allá de la próxima multa que cobrará por auto, bicicleta o moto mal estacionado, a quién le corresponde atender este comportamiento inhumano. Les apuesto que es más fácil que atiendan el llamado a una línea de denuncia que tenga que ver con un perrito pateado, que por un niño explotado.
Este tipo de explotación infantil es asunto muy viejo. Desde hace décadas se ha visto “descargar” en ciertos puntos, a menores con “su” adulto que los vigile, y también, desde siempre, se les ve a los chiquillos de vendedores ambulantes, cuidando un puesto o de “franeleritos” y en general haciendo trabajos sucios, difíciles, humillantes, desproporcionados a su corta edad. Cómo en todo, ¿será necesario un niño muerto para que las autoridades “ofrezcan” poner un alto? Si para los explotados a la vista de todos no hay atención ni justicia ¿qué será para los que estén tras paredes de cualquier tipo de taller, negocio o maquila casera, de los que viven en albergues y ahí mismo son sometidos a trabajar para ganarse el pan, a pesar de que muchos de ellos son pequeñitos todavía, o de los que trabajan en el campo dejando su escuálida piel por nada, porque al igual que a todos los explotados nadie les paga, porque son sometidos sin que alguien con autoridad lo impida. El único llamado que de vez en cuando surge por ahí de alguna caritativa dama o un audaz funcionario es conminando a la gente a no darles dinero a los pordioseritos para evitar que los adultos los exploten. Tan difícil será aplicar la ley y sacarla del escritorio de las buenas intenciones. Son seres humanos indefensos, transparentes, condenados a una vida de explotación simplemente por pereza de las autoridades. Las consecuencias Al tiempo.